lunes, 20 de diciembre de 2010

La Sombra Del Error



Todo el mundo de Harthas rebosaba en alegría y color. Los Harthianos habían comenzado a crecer y también habían comenzado a interesarse por distintos tipos de tecnologías que les traerían grandes mejoras con el tiempo. La creación estaba completa y parecía que ya no había nada más que hacer en aquel inmenso jardín divino. Los hijos de Ynadar gobernaban el agua mientras que los de Gawiar y los de Mendallar e Hiluana hacían lo propio en el cielo y la tierra. Todas las razas de animales parecían formar entre ellas un puzzle perfecto donde cada una de ellas formaba una pequeña pieza de un gigantesco mosaico multicolor y variopinto. Ya no quedaba nada más por añadir… ¿O si?


Mendallar e Ynadar se percataron entonces de que absolutamente todas las razas de la tierra tenían algo que las diferenciaba del resto. Ya fuera por el color o por la forma. No había ninguna que fuera exactamente igual a la otra e incluso entre los propios miembros de la especie era muy complicado encontrar a dos congéneres que fueran exactamente iguales. A pesar de todo, los dos dioses se percataron de que todas ellas estaban limitadas por una barrera: la de la apariencia física. En otras palabras podríamos decir que se dieron cuenta de que todas las especies estaban encerradas en un cuerpo con el que debían ir a todas partes. Si alguna de las criaturas decidía por diversas razones separarse del cuerpo en el que estaba, esta moría irremediablemente en el acto. Ynadar y Mendallar se percataron de que los mismos cuerpos suponían una molestia y un incordio para realizar diversas tareas. Así pues, creyeron que sería una magnifica idea el crear una nueva especie que no tuviera que regirse por las mismas normas biológicas que el resto de los seres vivos que residían en Harthas. Como nunca se habían embarcado en una empresa de semejante dificultad, decidieron consultar antes al mayor de los Ánumar antes de llevarla a cabo. Mendallar e Ynadar subieron a la cima del Oridriam y expusieron al gran Fagnar las intenciones de su nuevo plan divino. Este, les escuchó respetuosamente hasta el fin de su explicación. No hizo ni una sola intervención mientras sus hermanos menores hablaban y en más de una ocasión incluso pareció interesado en lo que estos le contaban. Sin embargo, cuando fue a dar su veredicto, se mostró muy seguro y tajante.


-¡Nadie puede crear eso que vosotros proponéis! ¡En la vida y la naturaleza hay una serie de normas que deben cumplirse y ni siquiera los propios dioses podemos saltárnoslas! ¡El mundo debe estar regido por diversas leyes que son totalmente inquebrantables! ¡No lo hagáis hermanos míos! ¡Mi corazón me dice que las consecuencias serían terribles!

Este podría haber sido el final de todo el problema. Si Mendallar e Ynadar hubieran hecho caso a su hermano y no hubieran jugado con las leyes de la naturaleza, no habría ocurrido nada. A pesar de todo, incluso los dioses (considerados fuentes de sabiduría infinita) se equivocan a veces. Y hasta ellos mismos necesitan en más de una ocasión que alguien les recuerde que hay reglas que ni ellos mismos pueden saltarse.


Por razones que nadie conoce. Mendallar e Ynadar hicieron caso omiso a la prohibición de Fagnar y se dispusieron a crear su nueva y, en apariencia, perfecta especie. Ellos creían que conseguirían formar a la criatura perfecta. Aquella que gobernaría Harthas con la sabiduría y la inteligencia propia de los dioses. Creían que podrían formar a la raza más bondadosa y más increíble de todas…o al menos eso es lo que pretendían. Los dos dioses subieron a la cima de una pequeña colina que había al suroeste de Harthas y comenzaron su creación divina. Nadie supo con exactitud cuanto tiempo estuvieron allí, pero las leyendas cuentan que permanecieron cinco largos años trabajando en el proceso de creación. Era la mañana de un veintisiete de Marzo como otro cualquiera. El sol apenas había comenzado a ascender por el lejano y desdibujado horizonte y una densa neblina rodeaba toda la colina. Fue en ese preciso momento, cuando Ynadar y Mendallar descendieron la colina cubiertos de sangre. Tenían profusas heridas por todo su cuerpo y mantenían la mirada perdida en algún lugar distante y apartado. La señal de socorro llegó hasta los oídos de la madre Hiluana quien se apresuró a llevarlos hasta la cima del Oridriam donde ya les esperaba un preocupado Fagnar. Después de realizar en ellos las labores curativas necesarias, les llevó hasta los dorados tronos donde les interrogó sobre lo que habían hecho. Sin embargo, por mucho que Fagnar e Hiluana se esforzaran, no consiguieron que de su boca saliera un solo sonido perceptible.


Fue en ese momento cuando Hiluana se alzó preocupada y habló con su hermano.


-¿! Qué es lo que haremos?! ¡Oh hermano mío!


Por primera vez en mucho tiempo. Y para horror de su hermana, Fagnar permaneció en silencio… y alerta. Porque lo cierto era que nadie sabía cuales habían sido las consecuencias de aquel acto de completa irresponsabilidad y lo mejor era esperar y observar.


De hecho, los siguientes meses fueron muy oscuros en la historia de Harthas. Al principio todos pensaron que el irresponsable acto de Mendallar e Ynadar no había tenido ninguna repercusión y que tan sólo se había tratado de un experimento fallido. Sin embargo al cabo de unas semanas, una gigantesca epidemia asoló tierra mar y aire causando miles de muertos en todo el mundo. Los afectados sufrían repentinamente una fuerte fiebre que los dejaba inconscientes y los dejaba en brazos de la muerte que se los llevaba horas después sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Meses después de esta catástrofe, y cuando los Harthianos y el resto de las criaturas aún no habían tenido tiempo de recuperarse, comenzó a extenderse el rumor de que unas misteriosas criaturas se paseaban todas las noches por las calles de Kar-Miran. Según se contaba, las mencionadas criaturas medían dos o tres metros de altura e iban cubiertas por una capa negra como la noche que desparecía tras su paso como una nube de humo. Al principio nadie creyó a los que comenzaron a hablar de ellas, pero cuando los ciudadanos comenzaron a desaparecer. Todo el mundo comenzó a prepararse para lo peor. El miedo atenazaba a la población de Harthas y el caos se vislumbraba en un ennegrecido horizonte.


“Sombras”…así fue como la gente comenzó a llamar a aquellas nuevas criaturas que sin duda alguna habían sido el resultado de aquel trágico experimento. Mendallar e Ynadar habían soñado con crear unos seres que pudieran romper las barreras


de lo establecido hasta aquel momento y pudieran ayudarles a construir un mundo mejor. Nada más lejos de la realidad, tan sólo llevaban unos meses en el mundo y ya amenazaban con destruir aquel pequeño imperio naciente y regocijarse después en sus ruinas. Las llamadas sombras inspiraban verdadero pánico y después de que cualquier criatura se encontrara con alguna de ellas, a la mañana siguiente sólo aparecían sus huesos en algún rincón de las calles de Kar-Miran o en algún oscuro y apartado bosque. Nadie sabía de donde salían pues nunca dejaban rastro alguno de su paso y resultaban completamente imposibles de localizar a la luz del sol. Era como si a la llegada del Astro creado por Fagnar…desaparecieran. De esa deducción surgieron los cimientos del plan que salvaría a Harthas de la catástrofe.


Finalmente, casi un año después de que Mendallar e Ynadar descendieran de la cima de la muerte (que era como se la conoció a partir del terrible momento) el gran Fagnar decidió actuar. Una noche como otra cualquiera, esperó a que llegara la medianoche y valiéndose del poder de Gawiar, se elevó hasta los cielos. Allí proclamó unas palabras de invocación y casi al instante, todo el cielo se iluminó como si la llegada del sol se hubiera adelantado varias horas. Este acto pillo completamente desprevenidas a las sombras que ardieron irremediablemente al contacto con los potentes rayos del sol. Ninguna de ellas se salvó del hechizo del gran padre del fuego y regresaron al mundo de oscuridad y sombras del que habían surgido.


Con aquel sencillo pero glorioso acto, el hermano mayor de los Ánumar salvó a todo el imperio de la amenaza de las sombras y la calma fue volviendo al jardín de los dioses. Sin embargo, aquel acto no pasó desapercibido absolutamente para nadie y a todas las criaturas de Harthas siempre les quedó en la retina el recuerdo de aquellas tenebrosas criaturas que surgieron de un simple y llano error. Y es que a veces, hasta los actos más inocentes y bienintencionados podían tener repercusiones tan graves como la destrucción del imperio que con tanto ahínco se amaba y se quería proteger. Mendallar e Ynadar se recuperaron de sus heridas y aprendieron la lección. Había leyes que regían el funcionamiento del mundo y que ni ellos mismos, en su condición de dioses del universo, podían saltarse. Esas reglas no habían sido escritas por nadie y sin embargo parecían saber muy bien cuales eran las pautas a seguir a la hora de dirigir la vida.


A pesar de todo, por muy dura que sea la caída, siempre hay gente que no aprende la lección. El propio Karzack contempló toda la escena desde su oscuro pantano y al contemplar la masacre que provocaban las sombras, no pudo evitar sentir fascinación por aquellas criaturas tan misteriosas que parecían guardar la esencia de la noche en sí mismas.

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