miércoles, 16 de marzo de 2011

La Dama Y El Violín



"La Colina Verde". Así llamaban a un pequeño paraje perdido entre las montañas. En el sur de la gran cordillera que separaba las tierras Buds del resto del mundo,un pequeño montículo decorado con prados frescos y relucientes se alzaba bajo la sombra de las imponentes montañas de nevado pico que lo rodeaban. Pequeños bosques de abetos la rodeaban y por todas partes habían plantado jardines habitados por flores de diferentes colores y aromas que crecían alrededor de cerezos y encinas tan ancianas como el tiempo que les había dado la vida y les había visto crecer. Sobre la colina, en el punto más alejado de la maleza y en el centro exacto de aquella hondonada perdida entre montañas, había una casa. Parecía sacada de la más dulce de las fantasías y puesta allí como por imposición de la madre naturaleza. Sus paredes de madera y su tejado rojo como las rosas de la primavera parecían dibujados por el más audaz de los pintores. De una ventana abierta salía volando el inconfundible aroma de una tarta de manzana y de la pequeña chimenea de piedra salía flotando un humillo tan vago como el más débil de los fantasmas.

Frente a aquella vivienda tan hermosa como solitaria, había un prado de altas hierbas sobre el que jugaba una niña de cabellos dorados. Sus torpes aunque intrépidos pasos iban de aquí a allá recogiendo flores y echándolas a una cesta de mimbre que colgaba precariamente de su hombro. Sus ojos azules observaban con nerviosa curiosidad todo cuanto se movía alrededor buscando la mejor excusa para distraerse y los jirones del blanco vestido que llevaba hacían bruscos movimientos cada vez que la niña se detenía para admirar una flor particularmente bella.

No por nada la llamaban Sara "la dulce". Había visto ya siete primaveras y desde que abrió tímidamente los ojos por primera vez, todos supieron que había nacido con el corazón bondadoso y amable de la gente del sur. Pero Sara creció más dulce que ninguna de aquellas personas y pronto comenzó a dejar su huella en las personas que la conocían. Su sonrisa era capaz de derretir el más frío de los corazones y sus ojos azules como el cielo de los largos veranos, borraban la pena de todo aquel que hubiese adoptado a la tristeza y la melancolía como compañeros de viaje. En su corta e inocente vida, jamás había dudado en prestar su ayuda a aquellos que creía que lo necesitaban y pronto todos los habitantes del valle fueron cubiertos por una lluvia de besos y abrazos tan cálidos como las chimeneas que ardían en los salones durante el invierno. Nunca recibió quejas de nadie y a diferencia de los otros niños, jamás fue descubierta robando comida de huertos ajenos ni molestando a los animales que cuidaban de las granjas. Era como si Sara hubiese olvidado la maldad en el paraíso dorado del que provenía y como si la guerra o la muerte fuesen pensamientos que no podía concebir.

En la calidez de la tarde, Sara se detuvo maravillada ante un pequeño brote que crecía a pocos metros de ella. Un diente de león parecía devolverle la sonrisa desde la superficie del prado y no pudo evitar arrodillarse junto a él. Aquella flor siempre había logrado despertar su curiosidad. Su tez blanca como las nieves de las lejanas cumbres y sus diminutos pétalos danzando al son de la luz solar eran como un hechizo bello a la vez que delicado. Cada uno de ellos parecía reflejar un color diferente mientras se agitaban nerviosos con cada sacudida de la lenta respiración de Sara. Tras unos instantes de serena contemplación, se abandonó a la tentación y su mano palpó suavemente la flor. Rapidamente, cubrió todo su extremo superior con ambas manos y permaneció en aquella posición sabiendo perfectamente lo que ocurriría en el momento en el que las apartase. Aparentemente divertida con aquella situación, dejó que las palmas de su mano se regocijasen un poco más con el tacto del diente de león y aguardo a que su piel se cansara de aquella caricia.

Llegada de las lejanas cumbres, una ráfaga de viento sopló sobre todo el valle y Sara supo lo que debía hacer. Rápidamente apartó las manos y como presa de un hechizo, el diente de león voló por el aire cubriendo el cielo con diminutos rastros blancos.El azulado cielo pronto se vio cubierto por cientos de estrellas blancas que danzaban de un lado a otro hipnotizando los sentidos. Todos y cada uno de ellos se arremolinaron creando formas y dibujos de todo tipo y jugando con la brisa que no paraba de lanzar ráfagas inundando el aire de pensamientos diminutos. En unos segundos, más dientes de león se sumaron a la danza y pronto toda la colina se rodeo de un aura de magia y belleza sin igual. Aquella brisa parecía hechizar a las plantas que pronto unieron su suave contoneo al espectacular baile que se estaba desarrollando en el aire. Un remolino se formó justo sobre la pequeña Sara y esta comenzó casi instintivamente a girar sobre si misma mientras trataba en vano de rozar con los dedos a los esquivos dientes de león. La colina entera parecía haber caído bajo el más dulce de los encantamientos y la niña no se detuvo a contemplar como la totalidad de la flora del lugar se había puesto de acuerdo en realizar el mismo movimiento a uno y otro lado. Ella misma parecía estar poseída por aquella música imperceptible que flotaba en el aire y que de alguna manera guiaba cada uno de los movimientos de las flores, los árboles y aromas meciéndolos suavemente al mismo son.

Sara no tardó en caer de espaldas sobre la hierba a causa del mareo que le había provocado aquel repetitivo contoneo.En el mismo momento en el que su vestido rozó el prado, la cesta de mimbre cayó al suelo y las flores que en esta había guardadas, volaron por el aire impregnando el azulado cielo con infinitos colores. Durante unos instantes, contempló la estampa que la naturaleza había creado y después cerró los ojos. Permaneció allí tirada durante unos segundos y después se levantó azorada. Las plantas del prado volvían a mostrarse tan rígidas como siempre y las flores y los dientes de león volaban ahora hacia el oeste perdiéndose ladera abajo y adentrándose en la profundidad de un bosque de robles. Uniéndose a unos pocos rezagados que volaban junto a ella, se perdió en la espesura del bosque y comenzó a silbar una melodía. Pronto se encontró en un paraíso de gruesos troncos saltando y bailando al son de aquella improvisada balada que inundaba sus pulmones y la llenaba de energías mientras perseguía aquel rastro multicolor que aún flotaba en el aire. Pronto sus labios se sorprendieron a si mismos cantando aquella melodía como si llevasen toda la vida haciéndolo y para su propia sorpresa, los robles del bosque agitaron sus ramas al son de aquel hechizo que manaba de sus labios y se perdía en la eternidad como un eco infinito que chocaba una y otra vez contra el corazón de la naturaleza. Los dientes de león y las flores que ella misma había recogido quisieron hacer honor a aquella canción y sin detener su imparable avance comenzaron a hacer cabriolas y piruetas como si jugaran con las notas que lanzaba al viento. Pronto Sara se sintió como la directora de orquesta que dirigía a toda una banda de músicos obedientes que creaban formas y colores al son de las palabras invisibles que brotaban como agua de sus labios rojos e inocentes.

Tan pronto como llegó a un claro, la nube de flores se detuvo y comenzó a girar por todo el lugar dejando a una silenciosa sombra en el centro. Rodeada de una nube de colores, Sara adivinó la figura de una imponente mujer que portaba un violín sobre su hombro derecho. Los suaves contoneos de aquel instrumento que descansaba sobre su cuerpo, parecían dar ordenes a todos y cada una de las plantas que lo rodeaban. Las manos de la mujer se movían gráciles de un lado a otro del instrumento y en ningún momento erraron una nota o resbalaron hacia un sonido que no le convenía. La propia Sara (escondida tras unos matorrales que danzaban lentamente al son de la música) descubrió que la melodía que llevaba tanto tiempo silbando provenía directamente de aquel violín tan hermoso. La mujer, aparentemente ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, siguió tocando aquella melodía y pronto todos sus acompañantes comenzaron a moverse más rápidamente sin poder resistirse a la tentación de girar salvajemente de un lado a otro. El remolino se hizo cada vez más confuso y la música alcanzó un mayor volumen hasta que los mismísimos troncos de los árboles se sacudieron embravecidos y envalentonados por la fuerza que provenía de aquella música. Sara comprendió pronto con un leve pinchazo en su orgullo que no era ella la directora de orquesta. En todo momento la naturaleza de su alrededor se había movido al son de aquella melodía que parecía encerrar en sus notas palabras para cada una de aquellas pequeñas admiradoras que se habían reunido volando junto a su benévola maestra. Ella jamás lo supo con certeza, pero intuyó que aquel violín estaba hablando de tú a tú a todo el valle de "La Colina Verde". Y este, a su vez, le respondía con la danza más bella que los inocentes ojos de Sara habían visto jamás.

Una sonrisa se dibujó en los labios de la mujer y tras escudarse tras un jirón de flores, desapareció. Tan súbitamente como había surgido de la nada, se evaporó en una nube de colores y de dientes de león que cayeron al suelo nada más borrarse la sombra de su bella directora. Como si los hubiese invadido un letargo infinito, se precipitaron sobre el suelo y de él no volvieron a alzarse nunca más. La niña salió de su improvisado escondite y pronto se encontró en el centro del claro recogiendo en su fiel cesta de mimbre los pétalos de flor que iba encontrando desperdigados por el claro. Casi instintivamente quiso silbar aquella maravillosa melodía una vez más, pero para su desgracia y sorpresa comprobó que esta había volado de su memoria. De alguna manera supo que jamás regresaría hasta ella y se sorprendió a si misma derramando unas solitarias lágrimas sobre la desnuda tierra de aquel rincón del bosque. Había despertado del sueño, la mujer nunca más volvería a "La Colina Verde" y pronto su fragil memoria de infante borraría el recuerdo de la violinista que guiaba a la naturaleza con su fiel violín de madera.

1 comentario:

  1. Me encanto leerla, senti magia en las palabras a la vez un poquito de suspenso.
    Un saludin en la distancia.

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