miércoles, 16 de marzo de 2011

Las tierras de la desesperación



Imaginad por un momento un lugar donde los sueños felices no son más que simples y vagas utopías dibujadas por pintores inexpertos. Creed estas palabras y figuraos que vuestra conciencia os arrastra hasta un páramo helado y desértico en donde la vida a sido relegada a pequeñas y repugnantes criaturas de corazón negro como el carbón de las lejanas minas de Glombath. Allí tan sólo se premia con la supervivencia a aquellos seres vivos que aceptan la muerte y sobreviven sabiendo que cualquier día puede ser el último. La ley del más fuerte no es aquí una simple norma natural, sino la única y verdadera justicia de un mundo abandonado a la crueldad y a la sinrazón. El hielo y la tristeza son los únicos viajeros que deambulan por los maltrechos senderos en busca de pequeños reductos de peregrinos que puedan utilizar para su propio beneficio. Todo aquel que huye de las tierras de los hombres y se interna en solitario en las tierras de la desesperación es alguien que entiende que ya no tiene nada por lo que vivir ni una razón por la que alzar la espada. Aquellos que caminan por el desierto de los confines del mundo buscan de manera desesperada una muerte rápida que borre de una vez por todas el lastre que cargan sobre su espalda. Dolor, tristeza, agonía y una melancolía que podría congelar el corazón del más bravo. Se dice que son algunos de los atributos de aquellos que se abandonan a su propia suerte y dedican la poca vida que les queda a destrozarse los pies en los duros caminos congelados. Tarde o temprano acaban cediendo ante la implacable fuerza de su propio descontento y caen en los márgenes de las rutas dejando sus cadáveres como festín para las especies carroñeras que les han perseguido durante días. Muy pocos son rescatados ya que casi ninguno quiere ser encontrado. Locos, vagabundos o simples infelices son algunos de los que pueden verse en un mundo donde la tristeza o la pura y cruda maldad gobierna con vara de hierro la vida de hombres que antaño fueron buenos y puros como un templo de claras y bellas vidrieras. Existen a menudo pequeños reductos de estos renegados que se congregan en torno a pequeños poblados con la inocente aunque sombría idea de reunirse un tiempo antes de ser llevados en presencia del señor del averno o de su leal mano derecha Adith, el eterno. Ruinas que se dibujan contra el grisáceo horizonte y que en tiempos mejores fueron poblados repletos de hombres buenos. Hombres que pronto sucumbirían a la maldad que acabó por infectar el norte de Heren. Son estos lugares los que tarde o temprano acaban por convertirse en el último vestigio de resistencia de aquellos que vagan por el mundo en busca de la sombra de la parca. Allí forman comunidades rudimentarias y crueles en las que a menudo se realizan rituales macabros que incluyen sacrificios. Su objetivo nunca ha estado claro y probablemente ni ellos mismos lo conozcan, aunque sin duda no son más que incitaciones al dios de los infiernos para que venga a buscarles esa misma noche. Convertidos en acólitos de dioses crueles y oscuros, forman hogueras con magia prohibida y no tardan en hundir dagas en su pecho para dejar que su triste y penosa vida les abandone de una vez por todas. Sin embargo, para aquellos que la vida en comunidad les resulta demasiado gratificante y prefieren el castigo constante de tener a la soledad como única compañera, tomar la ruta del valle muerto es sin duda la opción más adecuada. El camino que atraviesa las tierras de la desesperación y decide aventurarse hacia el lejano oeste, llegará (si la fortuna aún lo guía) a un rincón del mundo perdido entre montañas en donde los pequeños riachuelos llegan cargados de sangre desde las lejanas cumbres y van a parar a lagos congelados en donde se mezclan con la nieve que no cesa nunca de caer. Los pocos árboles que se alzan con furia rasgando la superficie de la tierra, son tan débiles y marchitos que su fruto jamás acaba viendo la luz del sol. Y aquellos pequeños matojos que logran abrir flores durante la breve y cruda primavera, consiguen que sus pétalos sean tan venenosos como la sangre de los trolls que día a día salen de las cuevas para cazar y dar muerte a aquellos que se adentran en el valle de las tinieblas. Poblados trasgos surgen aquí y allá vendiéndose como mercenarios a ejércitos crueles de ogros, guerreros olvidados o incluso otros mercenarios que buscan oro y demás fortunas en tierras en donde proliferan leyendas sobre tesoros hundidos en el hielo y promesas de gloria y vida eterna en rincones jamás pisados por ningún ser vivo. Una de ellas cuenta que en el mismo centro del valle existen las ruinas de un palacio que en tiempos de William el grande fue utilizado para acoger a la corte entera cuando iba de vacaciones. Actualmente sus pasillos han sido derruidos, los jardines arrasados y pisoteados hasta las cenizas y las bellas plazas de piedra y cristal no son más que centros de reunión para demonios de piel blanca como la nieve que hunde bajo su propio peso los tejados de Garak-Dar. Así es como se conoce en la actualidad la joya arquitectónica que durante la primera fue la envidia de todos aquellos que ansiaban con ascender a las esferas imperiales y pasar a la eternidad. Pero con la llegada de la primera gran oscuridad. El valle muerto fue engullido literalmente por el terror y todos sus habitantes perecieron sin excepción dejando el edificio en manos tan negras como la perenne noche que gobierna los cielos del norte del mundo. Algún historiador de lengua afilada e imaginación devastadora, escribió en pergaminos ya amarillentos que en sus catacumbas aún inexploradas permanecía intacta la capa del mismísimo William el grande así como gran parte de la fortuna que reunió durante un mandato abundante en riquezas y victorias políticas y bélicas. Nadie pudo ni ha podido hasta la fecha verificar si las leyendas son ciertas aunque citando directamente las palabras del historiador, se decía que aquel tesoro "podía dejar ciego a aquel que lo mirase con desmesurada avaricia". Fuera o no cierta, aquella historia atrajo a aventureros de todas partes en busca del tesoro perdido de William el grande. Hasta la fecha nadie ha logrado regresar de allí con vida y hasta que esto ocurra, las tierras de la desesperación permanecerán como un mar de soledad y locura destinado a ser habitado por sombras sin nombre y bestias de ultratumba.

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