lunes, 11 de abril de 2011

La Cacería Del Cuerno Blanco III "Emperadores En La Oscuridad"



Oscuridad. Aquello era todo cuanto Eiadar alcanzaba a ver mientras caminaba lentamente por un túnel sin paredes, techo ni suelo. Con los ojos entreabiertos, observaba las tinieblas buscando una luz que lo guiase y sus manos se agitaban nerviosas a uno y otro lado deseando encontrar una pared en la que apoyarse. Su mente parecía haber perdido toda capacidad de razonamiento y no se detenía en recuerdos ni en imágenes que le llegasen de más allá de la eterna penumbra en la que lo estaban introduciendo sus pasos. Por mucho que tratase de razonar o de idear un plan lógico de huida, no lograba dibujar en su cabeza nada que no perteneciese a aquel agujero tan negro como una noche sin estrellas. Si llevaba allí una eternidad, no pudo saberlo con certeza. Tan sólo sabía que debía seguir caminando hacia adelante y que no debía detenerse bajo ningún concepto. Si su pequeño mundo se resquebrajaba y se partía en mil pedazos, el seguiría caminando en la penumbra buscando aquello que desconocía y huyendo de lo que sus ojos no recordaban.

Tal vez pasaron días, tal vez años o puede que tan sólo unos segundos, pero de pronto sus párpados se abrieron como las puertas de un castillo antaño abandonado mostrando un lugar que conocía de sobra. A pesar de las sombras que recorrían la estancia, una hoguera crepitaba junto al mullido sofá en el que se encontraba iluminando todo cuanto sus ojos alcanzaban a ver. Cuadros pintados por sus ancestros colgaban de las paredes y bustos de emperadores caídos se alzaban orgullosos observándolo desde pequeñas columnas situadas en las paredes. Cada metro de aquella habitación estaba repleto de sillones y butacas congregadas entorno a una cama gigantesca que fácilmente podía haber acogido a cinco como él. Por un momento sintió el irrefrenable deseo de tumbarse en ella y refugiarse de las sombras que lo rodeaban ocultándose bajo sus mantas y dejándose acariciar por el calor que manaba de la chimenea. Comparado con el mundo de completa negrura que acababa de dejar atrás, aquella sala le pareció un pequeño oasis en un desierto de dunas de dolor y vientos de olvido.

Fue entonces cuando trató de ponerse en pie y se percató de que sus piernas no le respondían y de que sus brazos no eran sino dos pedazos de carne completamente inútiles que colgaban de sus hombros caídos y sin vida. El único movimiento que llegaba desde su pecho era el lento y acompasado respirar de sus pulmones y su cuello permanecía rígido y quieto como el tronco de un árbol. Luchando por escapar de la jaula en la que se había convertido su cuerpo, hizo una serie de intentos de moverse y lo único que logró fue que un dolor penetrante le recorriese los músculos como si la sangre de un demonio le recorriese las venas. Sus párpados temblaban espasmodicamente mientras sus ojos recorrían la estancia en busca de algo que pudiese ayudarle en aquella batalla que se había desatado consigo mismo. Pronto comprendió que el único movimiento que su cuerpo podía realizar era el de sus ojos corriendo desesperados por sus cuencas y se dejó caer sobre el sofá mientras caían de sus ojos unas silenciosas lágrimas que no pudo quitarse.

Por fin había abierto su mente la tapa que bloqueaba los recuerdos de su mente. Hasta ella llegaron en bandadas, breves escenas en las que gobernaba Heren desde la cama que tenía al lado. Pronto recordó a viejos amigos como el conde Arthur de Dagorlar y el rey enano Gark "el rudo" de las lejanas montañas de Glombath. Poco a poco su mente fue corriendo hacia atrás y conforme volaba hacia el pasado, imágenes aún más antiguas asaltaron su atribulada y castigada mente. Un niño al que reconoció como su hijo William, corría junto a el por un pasillo repleto de armaduras, un hombre se arrodillaba frente a su trono con la espada apoyada en el pecho, su amada legión de caballeros lo escuchaba con orgullo mientras se preparaba para luchar, un enorme estandarte ondeaba al viento dejándose acariciar por los vientos de la batalla, una mujer de belleza arrebatadora lo abrazaba junto a la orilla de un riachuelo perdido entre las montañas....

-Suzanne... -gimió Eiadar haciendo un esfuerzo sobrehumano por mover los labios.

De pronto, una carcajada partió el silencio de la estancia y una sombra cobró forma en un rincón forjando la silueta de un hombre al que no había visto jamás.

-Ella no está aquí -dijó con una voz agrietada y ronca que parecía provenir desde las entrañas de la tierra- tu corazón está disfrutando de sus últimos latidos y junto a ellos están viajando aquellas personas a las que un día consideraste parte de ti. No me preguntes si acabarás reuniéndote con ellas pues eso es algo que no puedo responderte. He estado en lugares cuya existencia consideras tan sólo parte de las leyendas pero no he viajado hasta los confines de la vida para comprobarlo.

Mientras hablaba, el desconocido avanzó hacia el y dejó que la luz de la hoguera bañase su sombra convirtiéndola en una figura que el emperador pudo contemplar en todo detalle. Ante él tenía a un hombre (o al menos eso creyó que era) cubierto por una capa tan negra como las sombras que la rodeaban. Esta caía hasta cubrir el suelo y ocultar los pies del extraño que caminaba como si flotase varios centímetros por encima del suelo de la estancia. Aquella tela de pesadilla tan sólo desparecía en pequeñas partes de su cuerpo para ser sustituida por una armadura decorada con runas. Eran pequeños símbolos de la era antigua pero incluso desde aquel rincón, Eiadar pudo comprobar que estaban pintadas con un rojo tan intenso como el de la sangre y que la mayoría de ellas hablaban de muertes jamás sucedidas o sobre criaturas tan terroríficas que podían devorar el alma del hombre más valiente o arrastrarlo a la locura. Incluso en aquel estado de parálisis absoluta, el emperador sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo y le traía imágenes de muerte y destrucción que no recordaba haber vivido.

-Quién... quién....

El hombre se detuvo en el centro del dormitorio dejando que la luz de la hoguera bañase su silueta.

-¿Que quién soy? -le cortó el hombre alzando la voz por encima de sus temblorosos balbuceos- digamos simplemente que soy alguien que trepa por los abismos del tiempo buscando un saliente al que agarrarse. Donde he estado no me recuerdan y a donde iré nunca nadie llega a saberlo, pero si lo que quieres saber es mi nombre me presentare simplemente diciéndote que los pocos que me conocen se dirigen a mi enarbolando el nombre de Dargoth.

Tras aquellas palabras, permaneció en el más absoluto de los silencios y dejó que las luces del fuego danzasen frente a él. En ese momento, los ojos del emperador vieron algo que lo hicieron dudar de si todo cuanto estaba viviendo eran fantasías tan sólo propias de la locura. Y es que, las llamas de la hoguera arrojaban luces que jugueteaban con las sombras de la estancia y las hacían danzar parpadear como si fuesen presa de un siniestro baile salvaje. Sin embargo, la sombra de aquel desconocido que se había detenido frente al fuego, permanecía tan quieta e imperturbable como el hombre al que pertenecía. De alguna manera, sintió que tanto él como aquello que lo rodeaba no formaban parte del mundo y se limitaban a ser tan sólo extraños visitantes en costas que no formaban parte de ellos.

Luchando desesperadamente por ponerse en pie, el emperador cerró los ojos y se concentró en mover aunque sólo fuese uno de sus dedos. Pero no lo consiguió. Todo su cuerpo caía sobre la butaca como si estuviese carente de vida y al igual que lo habían estado sus piernas varios días atrás, ahora todo su cuerpo parecía haber sucumbido a la enfermedad que había traído la peste negra. Cuando volvió a caer rendido, el dolor recorrió una vez más todos y cada uno de los músculos y tendones de su cuerpo hiriéndolo y castigándolo como si estuviese siendo atravesado por un millar de dagas ardiendo.

-Curiosas criaturas las plantas -le espetó aparente divertido- pueden hacerte recobrar todas tus energías sacándote de la más cruel de las enfermedades y después devolverte a sus brazos como si nada hubiese ocurrido. Alguien dijo en cierta ocasión que cada veneno tiene su momento y cada muerte su final. Tú pareces haber encontrado el uso adecuado para la doncella del alba.

-¿A qué te refieres? -preguntó el emperador haciendo un esfuerzo titánico por reprimir el dolor que le ocasionaba el mero hecho de hablar.

-La doncella del alba es el más potente de los antídotos y el más letal de los venenos. Todo al mismo tiempo amigo mío. Se ideó para que aquellas personas que padecían una lenta y dolorosa agonía disfrutasen de un día entero de buena salud antes de caer sin vida en sus frías tumbas. En la antigüedad, los guerreros que luchaban en nombre de los dioses la tomaban para poder disfrutar un día más de la batalla. Al rozarla con la lengua sabían que al día siguiente no se levantarían, pero también sabían que hasta que el alba no se alzase orgullosa en el firmamento, podrían luchar con la misma fuerza de siempre. Aunque tuviesen una espada atravesándoles el pecho o un hacha abriéndoles la cabeza en dos, se levantaban y combatían ajenos al dolor y a la muerte.

Eiadar dibujó una agria mueca en sus labios. Si aquello era cierto, tenía frente a él la explicación de porque se había desecho milagrosamente de su enfermedad y había regresado del eterno descanso de su cama.

-Pero... ¿Porqué...?

-¿Porqué no has muerto todavía? Bueno amigo nadie te garantiza que no hayas muerto ya, pues al fin y al cabo nunca nadie ha regresado de entre los muertos para contarte lo que hay más allá. Sin embargo he de decirte que aún no has viajado al reino distante de los difuntos y que si aún no formas parte de su familia es porque yo no lo he querido así. Te aferras a la vida colgando de un fino hilo que yo he tejido para ti en esta fría noche de otoño. La muerte no es más que la punta de las flechas que disparo con mi arco, ella obedece mi voluntad y yo a cambio me entrego a ella como si más fiel siervo. Tengo poder para eso y para mucho más pero no me gusta hacer alardes de grandeza, pero si estás aún aquí es simplemente por mi voluntad.

De repente un ruido llamó la atención del emperador y una segunda persona surgió de entre las sombras que Dargoth había dejado atrás. A aquel lo reconoció enseguida y no hizo falta ningún tipo de presentación para que que susurrara...

-Victor....

Los labios del conde Gladvack dibujaron una siniestra sonrisa y caminó impasible por la estancia colocándose en una comoda butaca frente a él.

-Ya esta bien de cuentos de terror Dargoth -dijo lanzando una inquisitiva mirada al hombre de la capa- no queremos que nuestro invitado se sienta incómodo.

De repente sintió como una daga se pinchaba en su dilatado orgullo.

-¿Tu invitado?... puede que.... puede que no pueda moverme y que esté medio ciego... pero esta es mi habitación... y mi palacio Victor.

El conde dejó escapar una sonora carcajada y se recostó contra el respaldo de la butaca.

-No por mucho tiempo amigo. Si he ordenado a Dargoth que te mantenga con vida es simplemente porque necesito darte unas breves explicaciones antes de que caiga tu telón. Verás técnicamente es cierto eso que has dicho ya que mientras sigas con vida Heren seguirá bajo el yugo de tu voluntad. Pero supongo que tu mente atormentada por el veneno de la doncella del alba no habrá olvidado el acuerdo que los antepasados de nuestras dos familias firmaron siglos atrás. El día que los Atheldar desaparezcan de la tierra, seremos los Gladvack los que tomemos las riendas de la nación para encaminarla a un nuevo horizonte de paz y prosperidad.

Tras escuchar aquellas palabras, una nueva oleada de dolor sacudió sus entrañas y recorrió sus músculos y nervios obligándolo a gritar y a desear para sus adentros que todo terminase de una vez por todas. En su agonía, sintió que la vista se le nublaba y a través de sus oídos taponados le llegó la voz del conde hablando con el desconocido de la capa negra.

-¿Qué estás haciendo? !Lo necesito vivo un poco más!

-La muerte no funciona como un grifo que pueda cerrarse a tu antojo -le reprochó la ronca voz de Dargoth- la parca está llamando a la puerta pues este hombre debería haber corrido a su encuentro muchos días atrás.

-¿Cuanto tiempo llevo así? -le interrumpió el emperador intentando que su voz se alzase lo suficiente como para que pudiera ser oída.

El conde se giró y volvió a dedicarle una pícara sonrisa.

-Casi una semana amigo. Lamento haber alargado tanto tu estancia por los precipicios que separan la vida de la eterna oscuridad pero hemos tenido muchos cabos que atar y muchas cuestiones que responder. Una sucesión en el cargo siempre es complicada y más si conlleva el cambio de familia en el trono.

Una chispa de odio recorrió el semblante del emperador al escuchar aquellas palabras.

-¿Qué.... es lo que estás diciendo cabrón? Si yo muero debe ser mi hijo el que me sustituya como soberano de Heren. Mientras él viva tu no tienes derecho a nada. Serás un imbecil sin escrúpulos y sin poder más allá de tu asquerosa ciudad.

-Eso me ha dolido -le reprochó Gladvack impasible- pero debes saber que nuestro querido William está en estos momentos siendo buscado por la guardia imperial para que cumpla la condena por asesinato.

-¿!Asesinato?! ¿!De qué asesinato?!

En aquella ocasión, fue Dargoth el que habló, y su funesta y tétrica voz se clavó en su alma como una daga afilada.

-Del tuyo Eiadar.

En ese momento sintió como si una pesada losa cayese sobre su corazón y lo aplastase en mil pedazos. Aún a falta de pruebas que demostrasen las palabras del mezquino conde, Eiadar comprendió que era tan cierto como su propia muerte. Con un deje de pánico, sintió que la garganta se le agarrotaba y un frío descomunal le recorría las entrañas. Quiso enarbolar un largo y sentido discurso que hiciese ver a Gladvack todo el odio que le guardaba y todo el mal que le deseaba, quiso decirle que esperaba que su muerte fuera al menos veinte veces más dolorosa que la suya propia y quiso decirle que deseaba que los dioses hiciesen caer el sol sobre su cabeza para que ardiera en los fuegos del infierno del que parecía haber salido su arma negra como el carbón de las montañas.

Pero no pudo, lo único que llegó a salir de su boca cuando reunió la fuerza suficiente para hacerlo, fue una breve y concisa pregunta que provocó la carcajada de aquellos desgraciados que iban a convertirse en los verdugos que provocaran su propio final.

-¿Porqué? -dijo.

-Muy sencillo -respondió Dargoth haciéndose oír desde el fondo de la estancia con su voz agrietada y ronca- el cargo de emperador es un arma demasiado valiosa. Es una espada que puede atravesar los cielos y dar a luz huracanes que hagan temblar la tierra y los bosques del mundo que gobierna. Sentado en tu gran trono dorado, un hombre puede ser capaz de atacar el corazón de los dioses y forjar un nuevo imperio lejos del yugo de los dioses y de sus miradas. Desde el principio de los tiempos se han creído con el derecho de juzgarnos y castigarnos por actos que ellos han considerado buenos o malos. Si un emperador sabio que conociera estas verdades innombrables, podría crear una nueva sociedad en el que todos vivieramos con la tranquilidad de no depender de la voluntad de seres ajenos a nuestro mundo.

Eiadar escuchaba las palabras de aquel canalla que se escondía bajo la capa y tragó saliva antes de responder.

-Eso es una insensatez...-comenzó diciendo mientras reunía las pocas fuerzas que le quedaban- los emperadores no somos armas.... somos la llama que guía a su pueblo en la oscuridad y las manos puras que se abrazan a aquellos que se han extraviado en el camino. La gente nos mira y se les ilumina el corazón al creer que estamos a la altura de los dioses que han bendecido nuestros cargos. Pero en el fondo... bajo este traje de seda y cuero... y bajo esta piel de anciano... no somos más que hombres, hombres tan cruelmente simples y comunes como cualquiera de los que ahora deambulan por las calles en busca de alimento para ellos y para sus seres... queridos...

Un potente ronquido emergió de lo más hondo de su garganta y la boca se le llenó con el inconfundible olor de su propia sangre.

-No somos... armas -siguió diciendo mientras luchaba por recomponerse- sólo somos ...humanos que de ninguna manera tienen poder para luchar... y mucho menos derrotar a los dioses. Fagnar y sus hermanos, al igual que el sagrado fénix... que ha bendecido nuestro cargo, nos protegen y ayudan y su poder es tan inmenso que pueden crear... y destruir ríos con solo desearlo. El mero hecho de pensarlo es señal de que vuestra alma es tan negra como la de Karzack, el eternamente malvado.

Mientras Eiadar luchaba por hablar, los dos hombres esbozaban sonrisas de suficiencia que hacían entender al emperador el poco respeto que sentían por sus palabras. Aquella vez fue Gladvack el primero en hablar

-Dime sagrado emperador de Heren y benefactor de todas las tierras libres de los hombres... ¿Qué es el mal?

Aquella vez fue Eiadar el que sonrío. O al menos lo intentó mientras disimulaba una mueca de dolor.

-Deberías saberlo bien amigo. Cada vez que te miras al espejo y contemplas tu rostro, es el mal personificado el que te saluda desde el otro lado del espejo.

-Lo que tu digas -replicó Victor poniéndose en pie y caminando por la estancia a la luz de la hoguera- pero yo me siento orgulloso de poder decir que ahora vivo por encima de esas dos ideas a las que tu tanto temes y respetas. He traspasado el umbral de aquello que vosotros llamáis sabiduría y me he sumergido en mi propia dimensión sin hacer distinciones ni discriminaciones que se interpongan en mi camino hacia la eternidad. Para mí no hay mal ni bien, sólo hay un gran precipicio y gente que se aferra a él o se limita a dejarse caer. Hacer el bien o hacer el mal... no hay diferencia para mí. Sólo son leyes que la gente estúpida utiliza para ocultar la genialidad de la que ellos carecen. Si pudieras tener el mundo en tu mano a cambio de unas cuantas muertes... ¿no las entregarías a las caprichosas manos del destino?

-¿Darías tú la tuya?

Gladvack volvió a soltar una carcajada tan sonora como forzada.

-Desgraciadamente los planes que tengo entre manos no incluyen que yo abandone este mundo. Así que si no te importa seguiré por aquí un poco más hasta que yo lo crea conveniente. Si amigo así es. Mi vida no depende de la voluntad de los dioses porque he renegado de ellos y he viajado hasta los límites de la comprensión humana. Me he desprendido de la losa de mis propios dogmas y he viajado hasta valles en donde la gente no conoce palabras como bondad o respeto y donde la única ley que perdura es la del poder. Si para poner el palacio de los dioses en jaque y para lograr una nación completamente libre, he de sacrificar vidas, lo haré. Y no lo consideraré un acto de maldad o de bondad, será simplemente el glorioso movimiento que culmine mi vida y la de este reino y lo convierta en la gloriosa utopía que nadie se atrevió nunca a crear. Seré recordado hasta el fin de los tiempos y mi nombre será coreado en los salones del más allá el día que mi espíritu abra sus puertas. Ese es el secreto para destruir aquello que se considera divino y todopoderoso, si enseñamos a nuestra alma a olvidar las normas que los dioses cargaron en nuestras espaldas, podremos destruirlos como a una hormiga.

-Estás loco -sentenció Eiadar.

-Piénsalo Eiadar, ¿no sería hermoso creer en un mundo en el que los dioses pudieran nacer y morir como nosotros? Ellos crearon hace miles de años la idea de que nadie podía siquiera tocarlos o abandonarlos son caer en un pozo de oscuridad y dolor que los llevase a la muerte. Pero mírame. Hace años decidí dejar de creer y forjar mi propio destino sin ayuda de nadie. Los he insultado y he pisoteado todos sus ideales además de atacar a su máximo representante en la tierra, a ti. ¿Y me ha pasado algo? !Claro que no! Eso demuestra mi teoría, los dioses son tan sólo un grupo de canallas cobardes que se han escudado bajo su falso poder infinito para que nadie ose siquiera mirarlos mal. Pero yo me he plantado amigo. He sido el primero y no el último. Muy pronto la gente entenderá que mis palabras son lo más cierto que han oído en sus miserables vidas y no tardarán en unirse a mí en la mayor cruzada jamás conocida por la civilización de los hombres. Seré el mesías de un nuevo mundo y mis descendientes gobernarán la tierra sin la penetrante mirada de los dioses clavada en su espalda.

-Has perdido el juicio. Dices que abandonar.... las enseñanzas de los dioses no trae consecuencias pero mírate. Tu cordura a muerto junto a tu fe y desafiar a aquello que no respetas sólo puede traerte un final tan agónico y desesperado que supliques por que tu alma desaparezca de la faz de la tierra para no ....volver nunca más. Y sinceramente, ... espero que así sea. No escuches mis palabras si no quieres pero te advierto de tu error antes de que este termine ...de engullirte por completo. Puede que ya lo haya hecho, pero aún así haré el esfuerzo de advertirte. No desafíes aquello que no puedes ver ni juzgar y vuelve a Dagnor antes de que tus estúpidos ideales acaben con la vida de más inocentes. Siendo emperador no lograrás el poder necesario para desafiar a los dioses y ni con cien mil emperadores a tus pies podrías siquiera llegar el horror de mirarles directamente a los ojos y saber... que te odian, y que harán todo cuanto este en su mano para enviarte al corazón del inframundo. Escúchame por una vez en tu vida Victor. Tú no eres malo y aún estás a tiempo de enmendar tu error. Sólo eres un pobre desgraciado que ha perdido el norte y lo busca en una brújula rota. Regresa a tus montañas de oro y busca la felicidad en el fondo de una botella de vino como la gente normal. No remuevas los cielos ni desafíes el poder de los hermanos en vano o condenarás a Heren a la mayor oscuridad de toda su historia.

El fuego de la chimenea crepitaba ahora con más fuerza que nunca y el emperador vio la silueta del conde recortada contra la luz del fuego mientras su rostro quedaba envuelto en las sombras. Al principio Eiadar creyó que no diría nada, pero entonces habló, y lo hizo con una voz tan grave y ronca que un escalofrío recorrió la espina dorsal del emperador.

-Aunque así fuera, aunque quisiera dar marcha atrás a mis actos y dejar las cosas como estaban, no podría volver a la normalidad. He hecho... he hecho cosas amigo... tratos que no pueden olvidarse... y juramentos demasiado poderosos como para arrojarlos a los brazos del olvido. Ya no hay marcha atrás, hoy comienza el principio del fin. Hoy comienza una nueva era y pronto los cielos arderán y los mares aullarán de dolor. Las sombras del mundo serán obras maestras que se dibujarán contra los paisajes y una nueva vida empezará para aquellos que se unan a mí.

-¿Y los que no lo hagan?

Fue en ese momento, cuando el emperador descubrió el origen de aquella voz gutural que había brotado del conde Gladvack. Una sombra se movió tras el conde y la figura de Dargoth brotó de entre las tinieblas agarrando con fuerza el hombro de aquel que tenía delante. Su rostro era apenas un esbozo del que sólo se alcanzaban a ver los labios dibujados contra la oscuridad de la capa. Sin embargo, Eiadar observo como estos se movían al mismo compás que los de Gladvack sin apenas emitir ningún ruido. Un nuevo escalofrío volvió a recorrer su cuerpo y de alguna manera supo, que aquel extraño estaba usando a su compañero para que hablara por él. Iba a reaccionar y a preguntar que era lo que estaba ocurriendo, pero en ese momento Gladvack alzó la mano y Eiadar sintió como su cuerpo se alzaba del asiento.

Como si una mano invisible lo agarrase por el cuello, el cuerpo del emperador comenzó a levitar varios metros por encima del suelo. Sin tiempo para poder gritar, o al menos para intentarlo, el conde hizo un leve gesto con el dedo y el cuerpo del emperador comenzó a flotar por la estancia hasta ponerse frente a frente con su rostro.

-Ya esta bien de tonterías -dijo- cuando el conocimiento te lleva al paraíso de las emociones, descubres que todos estamos hechos de fuego y que el alma no es más que la llama que brota en nuestro interior y que nos consume lentamente hasta nuestro fin.

Eiadar tragó saliva y miró de reojo a la hoguera que ardía a su lado. Mientras las roncas palabras que Dargoth atormentaban sus oídos, observó que la hoguera había crecido varios metros y que se extendía hasta lo alto de la chimenea perdiéndose de su vista. Una lengua de fuego descomunal parecía gobernar ahora toda la estancia y allá a donde el emperador mirase, sólo veía fuego, humo y dolor....

-!Muere Eiadar! !Emperador de emperadores y rey de los infelices! !Que tu cuerpo regrese a las llamas de las que un día surgió! !Que tu nombre se borre pronto de los anales de la historia y que las débiles memorias de los hombres te consuman tan rápido como la llama de Fagnar! !A ella te devuelvo ahora! !Que tu alma encuentre el camino hacia Haria y no vuelva nunca jamás!

Dicho aquello, y antes de que pudiese reaccionar, Gladvack hizo un brusco gesto con la mano y el emperador sintió como su cuerpo era arrojado a la hoguera. Pronto las llamas lo envolvieron y sin poder enarbolar un alarido de dolor, su cuerpo se hundió en un mar de fuego y humo que se consumió y desapareció de la faz de la tierra para siempre.

"Ya voy padre" -pensó antes de que una lengua de fuego lo engullese por última vez- "pronto estaré a tu lado"

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