lunes, 28 de marzo de 2011

La Posada Del Roble Blanco


Una débil neblina se coló por la puerta cuando esta se abrió de par en par. Los goznes chirriaron con furia como si hubiesen sido despertados de un sueño aletargado y la madera gimió temblorosa cuando unas manos se posaron sobre ella. Recostada sobre la tenebrosa noche, surgió una figura cubierta con una negra capa de viaje que le ocultaba el rostro. Avanzó unos pasos lentamente y dejó que la pequeña puerta volviese a cerrarse a sus espaldas con un nuevo quejido aún más prolongado.

Todos los que estaban en la posada del Roble Blanco se quedaron mirando durante unos breves instantes al recién llegado. El polvo se arremolinaba contra los vidrios de las ventanas impidiendo que la pálida luz de la luna penetrase en la estancia y parte de esa mugre corría ahora de un lado a otro campando a sus anchas por un suelo que debía haber sido limpiado hacía ya décadas. Pequeñas banderas y símbolos de la era antigua pendían precariamente del techo y una importante cantidad de polvorientas botellas permanecían en las baldas posteriores a la barra esperando a que algún cliente necesitado de alcohol las solicitase. Los muebles eran escasos y los pocos que se mantenían en pie sin ayuda de nadie estaban librando una batalla perdida contra la carcoma que corroía sin piedad sus entrañas. Las mesas y sillas de aquella posada no eran sino un débil vestigio de lo que en otro tiempo había sido uno de los locales más lujosos y respetados del sur de Heren. Pero ahora, los años habían caído de manera brutal sobre los hombros del viejo tabernero y su machacada espalda no estaba en condiciones como para considerar siquiera una limpieza en aquel lugar. Aldrick Gorfgar, que era el nombre que había dado el posadero años atrás cuando había parecido en la aldea, se movía ahora penosamente de un lado a otro de la barra sufriendo los achaques de su pronunciada joroba y haciendo terribles esfuerzos por que su largo cabello blanco no se derramase en las jarras de cerveza de sus clientes. Su forma de trabajar era patéticamente lenta y penosa pero se compaginaba genial con el ambiente tétricamente silencioso de la posada cuyo único sonido reconocible era el repiqueteo de las jarras y el sonido de la pluma del escriba que trabajaba en un apartado rincón.

Allí estaba el viejo Balder apoyado contra la barra de la taberna dejando que un leve chorro de cerveza cayese del baso a su poblada barba blanca fruto de años de dejadez y de caminatas por aquella aldea alejada de la vista de los dioses. Había aparecido por primera vez en aquella posada hacía ya veinte años proclamando a voz en grito que él era uno de los guerreros más hábiles de la corte del emperador. A todo aquel que se lo preguntase, le respondía que había matado a más de cien hombres con su acero y que había sido condecorado con honores tan sólo propios de los héroes de la antigüedad. Al parecer había llegado a la aldea para disfrutar de un merecido retiro militar junto a su familia (o eso era lo que él decía), sin embargo, todos en la posada sabían que nadie en su sano juicio elegiría aquella aldea para pasar sus últimos días. No había rastro de aquella famosa familia de la que tanto hablaba y se enorgullecía y jamás había mostrado su espada en público. Debido a los desbarios e incoherencias de sus exageradas historias, muy pocos acabaron creyendo a Balder. Esto no pareció importar al viejo soldado y no dejó de lanzar voces al viento que presagiaban que un día el emperador regresaría hasta su presencia para coronarlo máximo general de todas las legiones de Heren. Karak-Zadar lo tenía claro, Balder no era más que un loco.

El orgulloso enano dio un sorbo más a su pinta y la apoyó con fuerza sobre la barra. Sus profundos ojos marrones se perdían en la inmensidad de las cuencas dejando entrever los siglos que habían visto pasar. La larga barba negra que colgaba de él, caía perdiéndose en trenzas minuciosamente elaboradas que no eran sino el fruto de las largas horas que Karak había pasado arreglándola frente al polvoriento espejo de su habitación. Aún debía esperar una semana más a que el comerciante con el que debía realizar el intercambio apareciese en aquella misma posada y sin embargo, él ya llevaba casi un mes sentado en aquella misma butaca. En su condición de enano le gustaba tomarse las cosas con calma y su abultada experiencia le daba suficientes cosas en las que pensar mientras esperaba. Un mes sentado en un mismo lugar no era tiempo si había buena cerveza. Quería tomarse un tiempo para pensar en asuntos que se perdían en lo más hondo de su memoria y sin duda aquella posada le ofrecía el marco perfecto para sentarse, beber y deambular por la inmensidad de sus recuerdos. Casi inconscientemente comenzó a acariciar su barba suavemente mientras observaba al extraño que acababa de cruzar el umbral de la puerta. Los años le habían demostrado que la vida de los hombres no era más que un débil e inaudible susurro que se perdía en el viento tan pronto como la cuenta de los años comenzaba a caer sobre ellos. Cada vida de uno de aquellos miserables no era ni una pequeña fracción de los muchos años que él había pasado recorriendo las ricas minas de Glombath en compañía de los aguerridos enanos de las montañas del oro. Evitando pensar por enésima vez en la triste existencia de los hombres, sorbió con fuerza de la pinta y se rasco la barriga tranquilamente sin dejar de lanzar miradas de intranquilidad a aquella sombra que ahora orientaba la abertura de su capa hacia un alejado rincón.

El extraño no hizo ningún gesto ni saludo de bienvenida y tras unos tensos segundos de silencio espectral, comenzó a caminar sobre el suelo de la taberna moviéndose suavemente como si llevase ruedas bajo aquella lona negra que lo cubría de la cabeza a los pies. Al pasar junto a una pequeña mesa, su capa rozó suavemente la piel de un joven que había allí sentado y este se estremeció como si acabasen de pasarle un carámbano de hielo por la nuca. La tristeza que había acumulado durante aquel día cayó sobre su alma como una pesada losa de acero y rompió a llorar con unas silenciosas lágrimas que corrieron por sus pálidas mejillas. Evitando la tentación de mirar a aquel desconocido a través de la oscura abertura que tenía por cara, el joven dejó caer la mirada y hundió sus labios en la jarra una vez más.

"Lágrimas y cerveza"-pensó abatido- "bonita forma de quemar mi amargura"

Aún permanecía grabada a fuego en su memoria la imagen de su amada. Clara.... el joven volvió a suspirar con la esperanza de poder achicar el dolor que corría por sus venas. Su padre le había dicho en más de una ocasión que los recuerdos mas tristes eran aquellas imágenes que evocaban felicidad y que no podían recuperarse. Ahora sabía que aquello era cierto. Había visto la rubia cabellera de aquella muchacha perderse en el sendero que se alejaba de la aldea y el último brillo de su pelo hondeando bajo la débil luz de una lámpara se había filtrado por sus entrañas invadiéndolo por todos los rincones de su alma y ahogándolo en una desesperanza hasta entonces desconocida. En lo más hondo de su alma lamentaba el día que había cruzado por primera vez la palabra con aquella maldición de ojos marrones que ahora no dejaban de mirarle cada vez que cerraba los ojos y dejaba a su mente volar libre por los túneles del tiempo. Se sorprendía a si mismo disfrutando de aquella imagen y del cosquilleo que recorría su piel cada vez que recordaba las sonrisas.... las miradas y las tardes en las que recorría el margen del río siendo la única compañía de aquellas manos que buscaban su tacto continuamente. Ahora se sentaba solo frente a aquella vieja mesa teniendo a los recuerdos como únicos habitantes de la árida y desangelada estepa en la que se había convertido su mente. A menudo el rostro de su amor se veía confundido con una sonrisa que le atravesaba el cuerpo y el alma hiriéndole de muerte en el orgullo. El dueño de aquel gesto le había destruido el espíritu hasta convertirlo en una pequeña pelotita de papel que viajaba perdiéndose en un rió de lágrimas que desaparecía en la lontananza hasta convertirse en una brillante cinta azulada.

-Maldito seas Aira -dijo una brusca y ronca voz desde una butaca cercana a la barra- como sigas llorando pronto Gorfgar tendrá que sacar cubos de agua para que no nos hundamos todos en lágrimas.

Gorfgar soltó un gruñido desde la barra a modo de respuesta. Desde luego, si aquello hubiese llegado a ocurrir, lo máximo que el posadero podría haber hecho sería huir por la puerta trasera para evitar que su joroba se mojase. Nunca habían tenido una inundación de lágrimas desde luego pero todos en aquella posada recordaban sin problemas un lluvioso otoño en el que el techo del Roble Blanco se hundió bajo el peso del agua y los habitantes de la aldea habían tenido que acudir en manada a rescatar a Gorfgar que se había encaramado penosamente a la barra del bar sin parar de lanzar maldiciones al agua que estaba destrozando su amada posada. Si aquel lugar seguía en pie era gracias a la fortuna que el dueño parecía lograr gracias al comercio y sobre todo a las ventas de cerveza que llevaba a cabo con los enanos que bajaban de Glombath habidos de la dulce y suave espuma de sus jarras.

-Deja al chiquillo en paz Balder -le exigió un atractivo hombre que descansaba en una desvencijada silla de madera que había colocado bajo la ventana- tú sabes tan bien como nadie que el amor puede ser tan letal como la más afilada de las espadas. Lo que ha sufrido por esa mujer podría haber arrastrado a la amargura al hombre más sereno.

El viejo Balder escupió al suelo de la taberna.

-Debo darte la razón Victor. Pero tú no has tenido esos problemas para tener a una buena mujer en tu colchón todas las noches ¿verdad? Si la memoria no me falla (y por desgracia últimamente lo hace muy a menudo) fuiste elegido tres años consecutivos el chico preferido de la cosecha de primavera y eso te procuró una buena cantidad de chicas atractivas que llevarte a la cama. De todas ellas elegiste a la mejor y la vida te ha sonreído desde entonces. Fiathar es un buen chico pero desgraciadamente todos no tenemos la fortuna de tener tu físico muchacho y a veces caemos en la trampa de mujeres despiadadas como demonios.

Al oír aquellas palabras, Fiathar se puso en pie bruscamente.

-¿Qué es lo que has dicho viejo loco?

Balder soltó una carcajada y dio un largo y ruidoso sorbo a su pinta de cerveza que acabó una vez más dejando escapar pequeñas bocanadas de espuma sobre la madera de la barra.

-Digo que Clara te quiso hasta el día que escucho el tintineo de las monedas que aquel comerciante de la capital. Todas las chicas son adorables hasta que llega uno más adinerado y se largan para no volver nunca más. Puede que Clara fuese una chica adorable pero en el fondo no era más que una furcia que...

Balder no pudo terminar aquella frase pues tan pronto hubo pronunciado aquellas palabras, una sombra se lanzó contra su cuello rugiendo palabras de rabia y furia. Una daga brilló en la oscuridad y el aroma de la taberna, que hasta ese instante había estado impregnado por el inconfundible aroma de la cerveza, se tiñó con el olor de la sangre. Un tinte del rojo líquido voló por el aire manchando el suelo de madera y el viejo Balder dejó escapar un leve gemido de dolor. Un murmullo de asombro recorrió el roble blanco cuando la figura del anciano surgió de entre la confusión agarrando con fuerza el filo del arma que esgrimía un enfurecido Fiathar.

-Basta ya muchacho -dijo Balder esgrimiendo una leve sonrisa en sus gastada dentadura- las espadas están de sobra esta noche y no recuperaras tu honor mancillado con la vida de un viejo cansado c0mo yo. Puede que mis años como soldado hayan pasado, eso lo tengo muy claro. Pero desde el primer día en el que jure mi cargo bajo los pies del mismísimo emperador Francis. Prometí que limpiaría el mundo de la prolifera estupidez humana que aún persiste en los corazones de jóvenes como vosotros.

La sangre caía descontroladamente por el brazo del anciano mientras esta surgía a borbotones de su puño cerrado sobre el arma. El dolor que recorría su cuerpo parecía estar oculto bajo una capa de orgullo y sonrisas esbozadas de manera confusa. Fiathar no apartaba de su semblante aquella mirada siniestra que lo había empujado a intentar asesinar al viejo soldado y apunto había estado de cometer uno de los actos más viles que un ser vivo podía cometer. Lentamente, su furia fue apagándose como la llama de una de las velas que pendían de las oxidadas argollas y cuando por fin dejó caer al suelo aquella daga que parecía haber surgido de las sombras del mundo, se apartó hasta un rincón dejando ver el profundo surco que su arma había dejado en la mano del anciano. Fue entonces cuando el horror invadió sus entrañas como una mala bestia y cuando por fin comprendió la magnitud de lo que había estado apunto de hacer, se lanzó a abrazar el suelo y las lágrimas volvieron a correr por sus machacadas ojeras y por sus rojas mejillas.

-Pobre desgraciado -espetó Balder lanzando la daga al suelo en un gesto de desprecio- puede que seas rápido con esa arma tan diminuta pero aun así te quedan muchos años para poder batirme. La vida me ha arrastrado a batallas en donde los canallas como tú eran tan numerosos como los cuervos que poblaban los cielos después de que mi espada realizara su danza. Puede que si mis días hubieran transcurrido por senderos más claros no hubiese podido hacerte frente. Sin embargo ahora agradezco las batallas que el señor Francis me hizo librar en su honor. Por suerte mi corazón sigue siendo tan puro como el día en que cruce el umbral del palacio de Magmar por primera vez y por eso no te daré muerte muchacho. Levántate si aún te queda algo de orgullo y marcha a tu casa a guardar bajo llave el poco orgullo que te quede.

Lentamente, y como si su alma se despertase de un largo sueño, se puso en pie y caminó hasta el umbral de la posada abriendo la puerta de par en par y dejando que su sombra se fundiese con la noche que había allá afuera. Antes de que ninguno de los presentes pudiese decir nada, la puerta se cerró con un portazo y la capa de Fiathar desapareció más allá de las tinieblas. Unos segundos de silencio siguieron al fin de aquella escena y tan sólo el rápido e ininterrumpido rasgueo de la pluma del escriba lograba dejar constancia de que el tiempo estaba corriendo tan veloz y implacable como siempre. Si sus páginas no estuviesen manchadas de palabras, él mismo hubiese podido realizar un dibujo cruelmente tétrico del viejo Balder de pie junto a la daga manchada de sangre sin dejar de observar la puerta cerrada que precedía a la larga e impenetrable oscuridad de la noche. Victor fue el primero de los presentes en ponerse en pie y su voz sonó apagada y débil, como pocas veces lo había estado.

-Balder creo que deberías acompañarme. Temo que esta noche será aún muy larga pues dudo que ese chico siga tu consejo de irse a casa. Sin duda está arrepentido por lo que su corazón herido le ha obligado a hacer pero temo que su sed de sangre no haya sido saciada. Buscará al joven que se llevó a Clara y manchará el sendero con su sangre. Debemos impedirlo.

Balder asintió y se apresuró a seguir a Victor a través de la puerta cuando una áspera voz les interrumpió. Karak-Zadar se había puesto en pie y se rascaba lentamente su oronda barriga mientras agarraba una gran hacha que hasta ese preciso instante había descansado junto a su butaca.

-Un momento intrépidos amigos -dijo mientras pasaba su fuerte brazo alrededor del mango del hacha- llevo postrado en esta silla demasiados días y largas y penosas noches creo que me hará bien un paseo por el bosque en tan grata compañía. Necesitaría aún muchas cervezas para que mi vista se nublara y aún puedo hacer que mi arma sea tan útil como las vuestras si me lo permitís.

Ambos hombres hicieron rápidos gestos afirmativos y desaparecieron en la oscuridad con la rechoncha sombra del enano siguiéndoles a pocos metros de distancia. Cuando la puerta aún no había terminado de cerrarse, la noche arrastró unas palabras y el viento trajo la inconfundible voz de Karak-Zadar.

-No me malinterpretéis amigos, espero no tener que utilizar a mi pequeña compañera de bronce afilado pero las aves también desearían no migrar y deben hacerlo así como la roca desearía no ser arrancada de los brazos de su madre la montaña para convertirse en cunas para nuestros hijos....

El discurso del enano quedó bruscamente apagado cuando la puerta terminó de cerrarse y el roble blanco volvió a sumirse en el más absoluto de los silencios. Gorfgar soltó un áspero gruñido y fue hasta la trastienda en busca de la fregona. Alguien debía limpiar aquella sangre antes de que regresaran y desde luego no podía esperar a que el rojizo brillo del suelo se fuese por su propia voluntad por la puerta de salida. Tardó cinco minutos en encontrar los artilugios que supuso que iba a necesitar y otros diez para bajarlos de la balda en la que estaban. Cuando regresó a la taberna arrastrando penosamente el mango de la fregona, sintió la presencia de alguien que lo observaba al otro lado de la barra. Allí estaba el extraño desconocido que minutos antes había entrado en la posada. Con los violentos acontecimientos que habían tenido lugar, todos habían olvidado a aquella sombra que se había arrastrado hasta un rincón de la estancia y ahora Gorfgar lo tenía frente a él observándolo a través de la oscura rendija de su capa. El posadero sintió en lo más hondo de sus huesos como el frió se había apoderado de la estancia y un aliento gélido brotaba sin parar de aquella hendidura abierta en lo más hondo de aquella negra capa de viaje. Debido a sus ojos castigados por las cataratas propias de la ancianidad, no pudo ver como una escarcha implacable se apoderaba de los sucios cristales y como incluso la escasa luz del exterior se tornaba negra como el corazón de un demonio sin nombre. En los segundos que de silencio que protagonizaron los primeros instantes de aquel encuentro, las luces de las velas titilaron e incluso un pequeño ratón desapareció asustado por un agujero formado por la ambigüedad de aquel edificio que vivía sus momentos más angustiosos de vida. Si en algún momento hubiese sido una criatura con uso de razón, la posada del roble blanco hubiese sentido en lo más hondo de su corazón como sus entrañas se sacudían en un vendaval de aire gélido tan sólo propio de los cuentos que hablaban sobre tierras perdidas más allá del horizonte.

Gorfgar se sacudió en su propio terror y de sus labios salieron palabras tan opacas como la niebla que surgía en las costas cuando el mar besaba la tierra en horas tempranas.

-Creía que tardarías años en llegar viejo amigo... aún no sé porqué no presentí tu llegada pero tal vez sea así mejor. Cuando un hombre atisba su final prefiere no verlo aparecer en la lejanía. Ahora lo comprendo todo, el simple roce de tu capa casi logra acabar con la vida del viejo Balder pero supongo que aún no ha llegado su hora, no amigo desde el principio supe que venías a por mí. Fiathar no logrará su objetivo pues el único viajero que irá esta noche a la imponente presencia de los dioses seré yo....

Gorfgar se puso de rodillas y lanzó un rugido al congelado aire de la taberna.

-!Maldita seas parca! !Que tu dedo elector desaparezca al alba como todas las cosas negras! !Contempla ahora mi último aliento de vida y dime que soy digno de mis siervos los dioses! !Llévame si quieres jinete del inframundo pero dime al menos cual es la razón de tu juiciosa visita!

No hubo terminado de decir aquellas palabras cuando toda la estancia se cubrió de sombras que iniciaron una danza salvaje por toda la estancia volando de aquí a allá y dejando a su paso un rastro tan negro como las minas que habían recorrido años atrás los hombres que ya no poblaban aquellas tierras. Muy pronto toda la posada del Roble Blanco se hundió en un pozo de tinieblas que atravesaron cristales y paredes hasta crear una burbuja de penumbra infinita. El silencio de su interior tan sólo quedó herido por las voces de un hombre que veía su vida correr rápida frente a sus pupilas. Allí vio a un niño correr junto a su madre.... a un joven luchando contra las injusticias del mundo y a un hombre hecho y derecho abrazando a una mujer tan hermosa como los tempranos rayos del sol que bañaban la tierra que tanto amaban.

Cuando la oscuridad desapareció, una sonrisa perduró en el aire unos instantes antes de borrarse y de dejar la posada en el más absoluto de los silencios. Como la quietud que precedía a las grandes historias, nada había allí que perturbase el descanso de la estancia. En la oscuridad, como único atisbo de vida, la pluma del escriba siguió rasgando el pergamino totalmente imperturbable a lo que había ocurrido. Sin personas ni luces a su alrededor, las palabras seguían naciendo de su punta y el autor de una obra aún sin nombre, seguía escribiendo... y escribiendo sin cesar...

5 comentarios:

  1. IKER,¡ menuda imaginación!
    Me dan ganas de hacerme editora y publicar tu libro. ¿Lo tienes escrito?
    Ya me contarás. Hazlo aquí mismo

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  2. Jooo muchisimas gracias ya estaba empezando a perder la paciencia por no recibir comentarios jajja

    Veras te cuento una cosilla respecto a esta historia. En primer lugar no pertenece a mi libro "El Legado Del Fuego" sino que es una historia creada entre la semana pasada y hoy" Tiene la peculiaridad de que ha sido escrita a medida que la iba escribiendo de forma que cuando la inicie no tenia ni pajolera idea de como iba a acabar. Por otro lado quise hacer con esta historia mi humilde versión de "las meninas" del gran velazquez. Si te fijas lo que hago es detallar una estancia con diferentes personajes (incluido un enano.. ¿casualidad?) y al fonde de la estancia se menciona de pasada un par de veces un escriba que no para de garabatear... Ese soy yo de alguna manera al igual que velazquez me introduzco en el cuadro y creo la historia desde dentro.. no lo consideres egocentrico jajja es una pequeña referencia aun grande en version "yo" es decir con cosas raras fantasia y tios con espada jajaja

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  3. Hola Iker,
    Encantada de que te pases cuando quieras por mi blog e igualmente encantada de poder pasarme yo por el tuyo y poder leerte.
    Mi abrazo.

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  4. Me gusta el título: "Ellegado del fuego". Yo te4ngo poca imaginación para escribir ficción, pero la admiro.
    A lo mejor lo de hacerme editora lo pienso en serio...

    Te voy a releer despacio.

    P.D.
    Escribir sobre uno mismo no tiene por qué ser egocentrismo. Al fín y al cabo nosotros siempre somos los protagonistas de una vida que empezó sin nuestra voluntad pero que deberemos vivirla y acabarla con nuestra libertad.

    Venga Iker, que trabajar los talentos es lo mandado

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  5. Muy bueno el post me detalles el lugar me encanta regreso a continuar leyendo.

    Saludines.

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