lunes, 11 de abril de 2011

La Cacería Del Cuerno Blanco II "La Caída de los Atheldar"


William agachó aún mas la cabeza y una flecha pasó aullando a pocos centímetros de la punta de su erizada cabellera. La manta apenas conseguía cubrirle entero y ya comenzaba a preguntarse porque la llevaba si estaba claro que lo habían visto y que sabían perfectamente quien era. Tal vez le asustase ver el rostro de aquellos que se convertirían muy probablemente en sus asesinos, o puede que simplemente prefiriera encogerse en aquel rincón dejando que las imágenes de las últimas semanas le invadiesen en la oscuridad arrastrándolo a un tiempo en el que aún era el heredero al trono de Heren y el último descendiente vivo del legado de los Atheldar.

De repente, una mano cubierta con un guante de hierro asomó bajo la manta e intento tirar de su túnica. Sobresaltado, William le lanzó una patada y el invasor retiró la mano profiriendo gritos de dolor y apartando rápidamente el corcel de su lado. Suspiró aliviado, y aún en la penumbra, cerró los ojos esperando a que llegase una señal de sus recuerdos para devolverlo al lugar en donde quería estar. Fue entonces cuando distinguió un brillo en una diminuta rasgadura de su manta en el que no había reparado antes. La luz del sol entraba titilando por él y pronto le trajo a la cabeza la imagen de una hermosa copa de champán que resplandecía a la luz de las velas con miles de burbujas trepando hacia su superficie.

-Una velada excelente -le susurró Tadar mientras sacaba de la bandeja una pequeña botella de vino carísimo procedente de las lejanas tierras del Oeste- sin duda su padre parece haber recuperado el vigor de antaño. Organizar una fiesta de este calibre en apenas diez horas es señal de que está preparado para volver a ejercer como el gran emperador que fue antes de caer enfermo.

William asintió sin dejar de lanzar miradas a todos los rincones de la estancia.

El comedor imperial estaba decorado con miles de lámparas de araña gigantescas que pendían del techo y dejaban caer un potente brillo dorado que se filtraba hasta todos los rincones y se reflejaba en las cientas de copas que había en las pequeñas mesas. La mayoría de ellas eran redondas y estaban hechas para una media de seis o siete personas que generalmente solían ser miembros de familias adineradas o de condes propietarios de muchas tierras. El príncipe pudo ver incluso a algunos campesinos y aldeanos que comían orgullosos junto a las mesas de los condes luciendo sus trajes de gala (que en el mejor de los casos era una camisa limpia). Su padre había querido reunir allí a miembros de todas las clases sociales y aunque no pudo invitar más que a unos pocos afortunados, William sabía que este gesto le haría pasar a la historia en la memoria de aquellos granjeros que contemplaban la estancia como si se encontrasen en el mismísimo hogar de los dioses de Haria. Los tenedores relucientes eran para ellos como un collar de joyas engarzadas y las gigantescas vidrieras decoradas con dibujos de héroes caídos, atraían su atención como nunca antes lo había hecho ninguna otra cosa.

Sonrió satisfecho y observó a su padre mientras este caminaba entre las mesas saludando a los comensales y manteniendo largas y animadas charlas con amigos o simples conocidos a los que no veía desde hacía años. Al parecer, y milagrosamente, Eiadar había logrado sobreponerse a aquella enfermedad que ya amenazaba con postrarlo en la cama durante el resto de su vida. Tal vez fuese por el hecho de estar acostumbrado a verle tumbado en su habitación día si día también, pero ahora le parecía que el emperador tenía un rostro mucho más saludable que antaño. Su semblante redondo y sonrosado no dejaba rastros de la amarga enfermedad que casi lo había llevado a la tumba y por un fugaz instante de felicidad, sonrió al sentir que no debería encargarse de liderar la nación hasta dentro de muchos años. Era innegable que sus modales así como su vocabulario y costumbres eran muy correctas y del todo propias de un niño de diez años al que se le estuviera preparando para gobernar el imperio más grande del mundo entero. Sin embargo, sus estudios apenas habían comenzado y aún precisaba de conocimientos de aritmética, geometría, filosofía, política y otras materias que sin duda lograrían deshacer su buen humor y condenarlo a estudiar durante soleadas tardes de verano. Evitó pensar en la pila de libros que lo esperaba en su habitación y se dedicó a juguetear con la copa que acababa de servirle su fiel mayordomo. Fue entonces cuando se percató de que él hombre que había a su lado le había estado hablando todo aquel tiempo. Avergonzado, lo miró y abrió mucho los ojos en señal de que estaba dedicándole toda su atención. Aunque no fuese cierto.

-Totalmente admirable -decía la regordeta figura de Arthur Giadar -vi a tu padre hace apenas una semana y ni siquiera podía sostener la copa de vino que estábamos bebiendo. En el nombre del fénin William no se lo dije ni a ti ni a él en aquel momento pero cuando salí de aquella habitación noté en mis huesos la presencia de la muerte sobrevolando la habitación. Entonces tuve la extraña certeza de que era la última vez que lo veía con vida. Y .... !maldita sea chico! no había visto una recuperación tan larga en toda mi vida. Sin duda Firo lo ha dispuesto todo para que se alzara de esa cama y rigiera la nación. Él sabe tan bien como nadie que aún se le necesita demasiado como para que lo reclame a su presencia en el otro lado. Creo que deberás calmar tus ansias para gobernar unos años más jovencito, te ha tocado un hueso duro de roer.

El principe bajó la mirada y siguió jugueteando distraidamente con su copa.

El conde Arthur de Dagorlar era un hombre afable y rollizo de mirada agradable que disimulaba su espíritu ambicioso y su talento innato para los negocios y para lograr que todos fuesen timadores menos él. El emperador había puesto los ojos en blanco en más de una ocasión ante los intercambios que el mandatario realizaba a las puertas de su ciudad. Era completamente ilegal el trato con mercenarios que no se hubiesen registrado en la lista de Magmar (que eran casi todos) pero Arthur los utilizaba a menudo para mantener sus murallas a salvo y para mantener alejados al resto de condes que quisiesen curiosear sin permiso en su amada ciudad. A pesar de su evidente problema por mantenerse dentro de la legalidad, el conde era un hombre que siempre se había mostrado un defensor incondicional del linaje de Atheldar y de su emperador. Su ayuda era casi siempre imprescindible para torcer la balanza en decisiones polémicas y en todo Heren eran conocidos sus cañones tan grandes como casas y que podían destruir manadas enteras de trasgos y trolls de un solo disparo. Tanto Eiadar como William sabían que era el conde perfecto para Dagorlar y su presencia en el gran salón junto a ellos, bien merecía pasar por alto algunas prácticas ética y legalmente dudosas. En aquellos momentos, miraba al príncipe a través de su casi perenne sonrisa de bonachón mientras un hilo de salsa le resbalaba por la comisura del labio.

-Bueno Arthur la verdad es que no tengo ninguna intención de ocupar el puesto de mi padre tan pronto. No me preocupa no poder estar a su altura pero como bien has dicho aún lo necesitamos demasiado como para que los dioses tomen la decisión de alejarlo de nosotros. Fagnar es sabio y tanto él como sus hermanos han observado con lupa el mandato de Eiadar desde el día en el que juró su cargo ante el trono imperial. Él es el héroe que nos sacó de la gran peste negra que casi le cuesta la vida y él fue el que logró sacar a Heren de la gran crísis económica realizando tratos con los enanos.

El conde sonrió divertido y volvió a untar por enésima vez su hogaza de pan en el cuenco de sopa que se erguía majestuosamente en el centro de la mesa.

-Eres él único chiquillo de diez años que consigue hablar casi tan bien como yo -comentó sin borrar la sonrisa de sus labios- mis hijos tienen casi veinte años y ya son dos hombres hechos y derechos, pero cuando tenían tu edad tenía que tratarlos diariamente a golpe de bastón para castigar sus bravuconadas.

-Sólo deseo estar a la altura de lo que mi padre exige de mí. Si he de dedicar mi vida al cuidado del imperio y de su gente que así sea. No seré yo el que levante la mano y se plante.

Arthur dejó la copa sobre la mesa y borró la sonrisa de sus labios para sustituirla por un gesto inquisitivo pocas veces común en él.

-Lo dices como si no tuvieras otra opción.

William agachó la cabeza evitando la mirada del conde. Era un hombre amable y divertido pero no pensaba sincerarse con él sobre aquel tema. Desde luego si le hubiesen preguntado años atrás, hubiese vacilado ante la posibilidad de pasarse el resto de su existencia conviviendo con cenas de gala estrictas, reuniones sobre temas que apenas alcanzaba a entender y largas tardes encerrado en su habitación repasando pergaminos. A menudo debía de leer notas de contabilidad que daban fe del número de carromatos que habían entrado y salido de la ciudad aquel día y del tipo de mercancía que transportaban. Otras veces en cambio debía atrincherarse en la biblioteca bajo una pila de libros tan alta como él y bucear por la historia antigua de Heren leyendo la vida de condes y emperadores borrados de la faz de la memoria. Se había planteado muchas veces si aquello era lo que realmente quería hacer en la vida. Pasaba horas absorto en sus pensamientos cavilando sobre la posibilidad de huir del palacio y viajar hasta tierras lejanas y desconocidas en donde el apellido Atheldar no fuese más importante que el de un recolector de lechugas. Obviamente, jamás llevaba a cabo aquellos planes y siempre se quedaban en el tintero de cosas pendientes como un sueño apenas pronunciable o incluso prohibido. Había nacido príncipe y no podía ni debía huir de su destino. Si tenía que comportarse como un pelele sin sentimientos y estudiar infinidad de horas, lo haría y evitaría malgastar el tiempo en sueños irrealizables.

-Más te vale no hacer esas preguntas o el día en el que llegue al poder verás como tus pagos al imperio se incrementarán hasta el cielo -dijo ignorando la sonora carcajada de Arthur- claro que deseo gobernar y Heren y trabajar duro por la felicidad de todos los ciudadanos. Pero sé que el puente para llegar a ello es la muerte de mi padre y francamente no deseo cruzarlo. No aún al menos.

El conde fue a decir algo pero las palabras se quedaron en sus labios, porque en ese preciso momento las puertas del comedor se abrieron y por ellas entró un séquito vestidos con sus mejores galas. Eran al menos una docena de hombres jóvenes y fuertes de mirada penetrante que portaban símbolos y estandartes que William reconoció. La guardia del conde de Dagnor había hecho por fin su aparición en el comedor imperial y al frente de ella iba un hombre al que reconoció enseguida. Era el más alto de todo el grupo y destacaba por llevar una túnica con una capa larguísima de un llamativo verde esmeralda que arrastraba por el suelo de la estancia sin molestarse en recogerla. Su pálido rostro desprovisto de arrugas lo asemejaba con uno de aquellos maniquies que se exhibían en los escaparates de las tiendas de Magmar. Si a ello se le añadía su cabeza desprovista de pelo, cualquiera podía pensar que era un muñeco de rostro frío como el acero al que habían robado de algun puesto de trajes y lo habían hecho pasar por conde disfrazándolo con sus mismos ropajes. Sin embargo, sus ojos irradiaban una fuerza y un caracter que sólo podía ser propia de un gran lider y de un hombre que había visto pasar muchas primaveras bajo el duro sol del campo de batalla. Todos los presentes que se atrevieron a perderse en su mirada, creyeron viajar a guerras lejanas en las que la sangre de sus hermanos herenitas era derramada sin contemplaciones por bestias de tierras lejanas en donde la bondad y la simpatía eran sustituidas por el odio , la lucha y la sinrazón.

Los comensales que en aquel momento estaban repartidos por todo el comedor, se abrieron a ambos lados de la sala dejando en el centro un ancho pasillo al fondo del cual estaba Eiadar esperándolo. El príncipe contuvo la respiración angustiado. Los más cercanos a la familia Atheldar sabían que la relación entre ambos hombres era tan precaría como la que podían tener un ogro y un troll viviendo en la misma cueva. Eiadar lo había escogido como conde de Dagnor porque era uno de los pocos capaces de hacer funcionar la ciudad más importante del norte de Heren. Su familia llevaba años gobernando sin problemas aquellas tierras lejanas e inhóspitas y tanto el emperador como el resto de condes sabían que si había alguien capaz de convertir aquella ciudad en un lugar habitable, ese era Victor Gladvack. Sin embargo, nunca había habido forma humana de juntar en la misma mesa a los dos hombres sin que se lanzasen frases tan hirientes como una ráfaga de navajas afiladas. Y esque, desde tiempos inmemoriales, la familia Gladvack había sido escogida para gobernar Heren si los Atheldar desaparecían de la faz de la tierra. El odio natural que sentían hacía ellos y que se había incrementado por el hecho de no poder alcanzar el gobierno de la nación había derivado finalmente en una tensa relación que por sorprendente que pudiera parecer, reportaba excelentes beneficios. A menudo el comportamiento de Gladvack era frío e incluso peligroso, pero los tributos y diezmos seguían pagándose con precisión matemática y jamás se quejaron por los reiterados incrementos de los impuestos a las clases altas de la nación. No, el odio de los Gladvack hacia los Atheldar se manifestaba en las distancias cortas, en reuniones esporádicas en las que se rompían basos y meses y se esgrimían navajas y espadas. William había asistido a alguna y esperaba no tener que volver a hacerlo en mucho tiempo.

-Creía que no tendría valor para presentarse -comentó el conde Arthur aparentemente divertido por aquel inesperado giro en los acontecimientos- sabía que su séquito pululaba muy cerca de la capital pero presentándose aquí ha demostrado más valor que un humano retando a beber cerveza a un enano de las montañas. Yo asistí a la última reunión que Eiadar y Victor tuvieron antes de que el emperador cayese enfermo. Fue horrible, parecía que fuera a desatarse una guerra civil.

William se giró bruscamente al oír aquellas palabras. No quería ni oir hablar de la guerra. Los Atheldar y los Gladvack eran las familias más populares en Heren y si el enfrentamiento entreambos fuese más allá de las paredes del palacio imperial sin duda habría un serio riesgo de que los simpatizantes de ambos frentes desempolvasen sus espadas y se preparasen para darse muerte unos a otros. William volvió a sacudir la cabeza. Aquello jamás ocurriría, tal vez Gladvack fuese un cabrón sin escrúpulos al que lo único que le importaba era llegar a ser el emperador de Heren y el primero de la saga de los Gladvack, pero no arriesgaría su puesto en Dagnor por una locura. El príncipe sabía que la idea de pasar a la historia como el gran héroe que derrocó a los Atheldar era algo por lo que Victor mataría a su propia madre, pero también sabía que Gladvack era tan astuto como un zorro y que no dejaría que su red de mentiras y astucias saliesen a la luz.

Mientras, el gentío seguía observando a los dos hombres y como uno de ellos caminaba con paso decidido por la estancia acercándose al emperador de Heren. La tensión podía prácticamente palparse en el ambiente mientras se sucedía la escena. La mayoría de los presentes conocían perfectamente lo que rodeaba a ambos hombres y el abismo de odio que los separaba. Cuando los rostros de ambos estuvieron a un par de palmos de distancia, Gladvack habló con su voz ronca arrastrando las palabras.

-Me alegra ver que la medicina que te traje te sentara bien amigo mío.

Desde la distancia, William vio como los ojos de su padre brillaban de emoción.

-Gracias Victor -respondió- me has devuelto la esperanza a mí y a mi familia. Aún a pesar de nuestras diferencias has podido encontrar la formula para devolverme a mi cargo y por ello te doy las gracias. Los Atheldar estaremos en deuda contigo hasta que caigan las sombras de la vida y los hermanos de Haria desciendan de los cielos para abrazarnos. Por eso, mientras esperamos ese momento, propongo que nos abracemos como símbolo de agradecimiento y del fin de una enemistad que debió terminar hace mucho tiempo.

Ante la sorpresa de todos los presentes, Victor Gladvack clavó una rodilla en el suelo y agachó la cabeza como señal de sumisión.

-Acepto tu propuesta amigo y sólo deseo que el nombre de tu familia perdure hasta el fin de todas las eras y hasta que los soles y las lunas sean uno en el cielo.

Tras aquellas palabras, el recién llegado se puso en pie y como elemperador había propuesto, se fundieron en un abrazo épico que fue acompañado por el sonido de la reavivada música y de las voces claras y alegres de la orquesta. La multitud que rodeaba a ambos hombres prorrumpió en aplausos y convitió el comedor imperial en una fiesta en la que participaron hombres y ancianos por igual bailando al son de melodías que conocían desde que tenían uso de razón. Pero instantes después, Eiadar se separó del abrazo y alzó su copa repleta de vino. Al ver aquel gesto glorioso, la música volvió a cesar y todos callaron para escuchar lo que su emperador iba a decir. Durante unos segundos, el príncipe pudo ver desde su mesa como el gigantesco comedor enmudecía y se reunía lentamente en torno a la figura de su emperador.

-Bienvenidos a mi fiesta amigos. Aquí puedo ver hoy, imágenes que antaño tan sólo hubieran podido existir en la fantasía de algún pobre enajenado. Veo a campesinos compartiendo mesa con duques y condes de tierras lejanas. Veo gente diferente, de todas las razas, edades y clases sociales. Son gente diferente, en muchos aspectos, pero todos ellos, incluido el hombre que tengo a mi lado, son mis amigos. Gracias a vosotros estoy de nuevo caminando y enorgulleciéndome de poder gobernar esta maravillosa nación creada siglos atrás por los dioses. Mi amigo Victor ha puesto hoy la primera piedra para lo que estoy que serán muchos años de felicidad prosperidad y hermandad entre todos los que alguna vez nos hemos considerado Herenitas.

Eiadar hizo una pausa y la multitud le dedicó una sentda ovación que él agradeció de sobremanera. Entonces William vio como su padre se giraba y dirigía su copa lentamente hacia él. En ese momento pudo ver los penetrantes ojos de su padre observándolo fijamente a través del cristal.

-Quisiera tambien decirle, delante de todos vosotros, algo muy importante a mi hijo William.

El príncipe se puso automáticamente en pie y notó como se le erizaba el bello de la nuca al notar los ojos de cientos de personas mirándolo fijamente. Aún no se había acostumbrado a la sensación de estar siendo obervado y analizado por la mirada de una multitud. Sus diez años de vida lo habían llevado por fiestas de todo tipo e incluso en un par de ocasiones tuvo que pronunciar breves discursos. No era algo que apreciase en exceso. Como príncipe y último heredero de los Atheldar, debía mostrar la rectitud y el aplomo requerido por su cargo y por supuesto debía saber dar discursos sin que se notase que sus entrañas rugían de miedo. Sin embargo, en aquella ocasión, lo único que hizo fue alzar su copa y mirar a su padre fijamente a los ojos. Como presa de un hechizo, se perdió en su mirada y olvido todo lo que había alrededor.

-Hijo mío -comenzó diciendo tras unos segundos de expectación- en la vida podemos encontrar personas de todo tipo. De algunos oirás que su bondad puede atravesar montañas y destruir ejércitos de demonios, mientras que otros serán tan crueles como la más brutal de las plagas. Pero recuerda que todos son parte de tu familia y como emperador de Heren te corresponderá tratarlos y cuidarlos a todos como si fuesen tus hijos. Sólo así lograrás ser un hombre venerable cuya saga se extienda en los ecos de la eternidad perdiéndose en los ecos del tiempo. Los soles pueden cruzar el cielo todas las veces que quieran e incluso las estrellas pueden extinguirse en el negro cielo de la noche, pero recuerda que si haces tu trabajo bien, tu nombre se grabará en el firmamento con el mismo brillo que las más bella de las constelaciones. Ante todo recuerda quien eres y cual es tu pueblo y nunca dejes de hacer amigos nuevos pues cada compañía puede regalarte cosas que tú no habrías sabido ver hasta entonces.

En ese punto, Eiadar hizo una pausa. La multitud creyó que lo había hecho para que le dedicarán una ovación tanto a él como a su hijo. Sin embargo, entre el mar de aplausos y vítores que se extendían entre ambos, William pudo ver como su padre había comenzado a toser y respirar con dificultad. Observó con preocupación como la piel se le había puesto pálida como la cera de una vela.

-Sé bondadoso y los demás lo serán contigo... -una vez más volvió a detenerse y aquella vez si se oyeron sus roncos tosidos por toda la sala- sé valiente y todos te querrán... sé decidido... y tus hijos... te amarán, pero sobre todo...

El emperador no pudo continuar. En aquel punto, sus ojos se pusieron en blanco y como si ocurriese veinte veces más despacio, el cuerpo de Eiadar cayó de rodillas al suelo sin dejar de convulsionarse y temblar violentamente. Su piel era ahora del color de la tiza y la boca se le había contorsionado en una extraña posición. Como presa de una maldición desconocida pero letal, el cuerpo del emperador de Heren se estrelló contra el suelo y el ruido de su cabeza al chocar contra el bello suelo de mármol fue el preámbulo de uno de los silencios más breves y tensos de la historia de aquel palacio.

En aquel breve fragmento de tensa calma, los ojos de William se encontraron con los del conde Gladvack y este enarboló una sonrisa que atravesó el alma del príncipe como una daga afilada. Inconscientemente, se puso en pie y saltó sobre la mesa hacia su padre que permanecía boca abajo e inmóvil. Como si aquella fuese la señal que hubiese estado esperando, la multitud rasgó el silencio en mil pedazos con alharidos histéricos y carreras de un lado a otro de la sala. Las mesas se volcaron, los camareros cayeron al suelo lanzando sus bandejas por el suelo y las relucientes copas que segundos atrás habían decorado el comedor, perecían irremediablemente al estrellarse contra el frío suelo. Entre aquella marabunta de invitados aterrorizados, la pequeña figura del príncipe luchaba desesperadamente por abrirse paso hasta el cuerpo de su padre. En su mente permanecía grabada a fuego la escena de su padre cayendo al suelo sin dejar de sacudirse como si estuviese poseído. Después aquella imagen era sustituida por la de Victor esgrimiendo aquella sádica sonrisa. No sabía ni quería pararse a pensar lo que acababa de ocurrir, sólo quería llegar hasta donde estaba su padre y enfrentarse a lo que allí pudiese encontrar. Para bien o para mal.

Un hombre al que reconoció como el jefe de los camareros, se cursó precipitadamente en su camino y lo arrojó violentamente contra una de las mesas. La cabeza comenzó a darle vueltas y la vista se le enrojeció mostrando docenas de bultos indefinidos que corrían de un lado a otro ignorándole por completo. Trato de ponerse en pie pero un nuevo empujón volvió a lanzarlo contra el duro suelo. Aquella vez no pudo evitarlo y perdió el conocimiento en un mar de personas que no paraban de gritar y correr de un lado a otro sin detenerse a ayudar a su príncipe.

Todo alrededor se cerró como un telón negro después de un acto excepcionalmente trágico. La oscuridad invadió sus recuerdos y William ya no supo si divaga en un mar de imágenes inconexas o si había regresado al interior de su capa en aquel sendero interminable. Ambos lugares le parecieron demasiado desagradables e inhóspitos para él y por eso se obligó a cerrar los ojos y a permanecer en silencio en busca de una luz que iluminase el próximo paso que debía dar. Esperaba que una imagen o una luz brillase en su camino pero en su lugar, abriéndose entre la niebla como un navío errante, surgió la voz de Arthur Giadar.

-Una tragedia Tadar, te digo que lo que ha ocurrido hoy aquí nos arrastrará a todos al infierno. Espero que hayas mantenido tu espada afilada todos estos años porque la vas a necesitar.

Todavía aturdido, lanzó una mirada alrededor y comprobó que viajaba sobre la espala de su fiel mayordomo mientras el conde los guiaba por una serie de intrincados túneles subterráneos que se perdían en la más absoluta de las tinieblas.

-¿Qué está ocurriendo? -preguntó tratando de hacerse oír sobre las nerviosas voces de sus acompañantes.

Tadar giró levemente la cabeza tratando de verlo.

-Tratamos de ponerle a salvo señor -respondió con voz queda mientras giraba a la derecha y se precipitaba por unas escaleras que se hundían en la oscuridad.

Durante el descenso el príncipe se llevó una mano a la cabeza y comprobó horrorizado que estaba cubierta de su propia sangre. Estuvo a punto de perder el conocimiento y notó como la cara se le ponía blanca como la cera al ver sus manos teñidas de rojo. Rápidamente le llegaron a la memoria breves imágenes de su padre cayendo al suelo en el centro del comedor y del conde Gladvack sonriendo ante el cuerpo mientras el trataba de abrirse paso a través de la multitud que gritaba y corría horrorizada. Si lloró o no en aquel túnel mientras su fiel mayordomo lo llevaba a cuestas, no llegó a saberlo. Evitó pensar en lo que había sucedido y en lo que estaba por llegar y haciendo un terrible esfuerzo por apartar de su mente la oleada de devastadores sentimientos que lo atenazaban, cerró los ojos y esperó a que alguien dijese algo.

Lo que ocurrió sin embargo fue que la pequeña comitiva llegó hasta lo que parecía un establo escondido entre gruesas paredes de roca grisácea. Allí tan sólo había un único corcel, negro como las sombras que lo rodeaban. Recostado contra una de las esquinas de la estancia, se entretenía en alimentarse de la pila de comida que alguien había dejado allí expresamente para él. El príncipe vio en sus ojos una serenidad tan sólo propia de los mismísimos dioses y sintió un irrefrenable deseo de huir de todo cuanto lo rodeaba y sentirse como aquel inocente pero glorioso animal que permanecía ajeno al horror y a las tinieblas.

Lentamente, sintió como Tadar lo depositaba en el suelo.

-Por favor necesito saber...

El mayordomo esbozó una amarga sonrisa y negó con la cabeza.

-Cuando le jure a tu padre bajo sus rodillas que cuidaría de tí, le dije que antepondría tu bienestar a todo lo demás. Si tu padre está bien o no, no puedo decírtelo ahora, pero lo que está claro es que alguien ha atentado contra su vida. Ahora debes ponerte a salvo y cuanto antes abandones la capital mejor para el futuro de los Atheldar. Este es Fer-Alar, el corcel de tu padre, es un pura sangre de las tierras del sur criado por los mejores cuidadores de caballos de todo Heren. Te obedecerá y te llevará allá a donde desees.

Para aquel entonces, unas solitarias lágrimas habían comenzado a correr por sus mejillas.

-¿Y a donde iré? -preguntó cada vez más desesperado.

-Cabalga durante 15 soles por la ruta del norte y no te detengas hasta que hayas entrado al valle del Túrindel y tus ojos divisen las antiguas montañas de Garthril. Camina por sus gélidos senderos y busca a la guardiana de mirada marchita. Cuando el sol caiga sobre las montañas busca la llama de la madrugada y aguarda.

-Un momento Tadar ¿Qué se supone que le estás diciendo? -le interrumpió Arthur visiblemente alterado- no sé que instrucciones son esas y dudo mucho que el chico sepa mucho más que yo. En Dagorlar tendrá la ayuda que necesita y allí nadie podrá ponerle la mano encima. Mis hombres y sus cañones lo mantendrán alejado y a salvo de todo el que quiera hacerle daño. No juraremos lealtad a nadie que no apoye a los Atheldar y sabes que no daré mi palabra a ceder por muchas nubes negras que planeen sobre el cielo.

-No pongo en duda tu lealtad hacia la sangre de los Atheldar y temo que muy pronto tendrás la oportunidad de demostrar lo mucho que respetas a la familia del emperador. Sabes que aceptaría tu proposición si no fuera porque Dagorlar está a casi un mes a caballo y los dioses saben que las sombras lo perseguirán incansables día y noche. Además... estas palabras no son locuras mías sino órdenes directas que un día me dio Eiadar por si sucedía alguna tragedia como la de esta noche. William debe obedecer si quiere sobrevivir y no creo que tenga ninguna objeción.

Fue entonces cuando el mayordomo volvió a mirar al príncipe con su bondadosa mirada.

-Tan sólo quiero saber qué es lo que debo hacer cuando llegue a las montañas. Y quién es "la guardiana de mirada marchita".

Tadar volvió a esgrimir una amarga sonrisa de pesar que se filtró por su alma como una daga y le heló el corazón. De repente, unos gritos se oyeron en la lejanía y el inconfundible sonido del metal de decenas de armaduras inundó el silencio haciéndolo desaparecer en un mar de espadas y hachas afiladas que se acercaban a pasos forzados.

-No hay tiempo para explicaciones -dijo- ni yo mismo conozco bien la naturaleza de esas palabras y me llevaría horas explicarte la décima parte de lo que tal vez deberías saber. Es un tiempo que no me importaría dedicarte pero del que por desgracia no disponemos. Tú tan sólo monta a Fer-Alar y cabalga en pos del sol del horizonte-mientras hablaba, William alcanzó a ver por el rabillo del ojo como el conde Arthur se acercaba resignado al establo y sacaba apresuradamente al corcel- cabalga bajo el amparo de los soles y las estrellas y aunque las sombras se dibujen en la lontananza no te detengas ni des tu brazo a torcer. Eres el único heredero de la sangre de los Atheldar y si la sabes utilizar, el valor de tus ancestros te llevara el valor de aquellos que lucharon en inviernos pasados para que llegara este día.

William quiso replicar pero entonces el conde Giadar lo cogió por la espalda y lo subió al imponente corcel. El ruido de los hombres que se aproximaban por los túneles era ya casi atronador y un escalofrío recorrió el cuerpo del príncipe mientras pensaba en las armas que portaban en sus cinturones.

-Ya está bien de discursos estúpidos... !Corre hijo de Eiadar! !Cabalga hacia la lejanía y que tu corazón no tema a la oscuridad y al dolor!

El mayordomo fustigó entonces al corcel y con un grito severo y contundente, la montura corrió por el establo partiendo en dos la puerta de madera y perdiéndose en un mar de luces y sombras que se abrían desde allí hasta donde moría el horizonte. Tras aquello el príncipe ya no supo nada de lo que tenía adelante ni de lo que dejaba atrás. Y pronto se convirtió en una mota perdida en el horizonte buscando refugiarse en el calor de un sol naciente en la distancia del mundo.

7 comentarios:

  1. ahh ¡¡
    yo me quede en el primer capitulo
    :O ahora me pongo al día y te cuento que me pareció ^^

    saludos :D

    ResponderEliminar
  2. Admiro pero me resulta difícil vivir las historias de ficción. Te deben salir a chorros de tu mente a tus manos...
    Un saludo, Iker

    ResponderEliminar
  3. Gracias Carmen... a menudo se relega el genero fantastico o de ficcion a un segundo plano tachandolo de literatura menor pero creeme que a diferencia de otros generos solo puede ser escrito y vivido cuando se ama de verdad y eso lo hace unico
    un abrazo

    ResponderEliminar
  4. muchas gracias por pasarte por mi blog :D!
    un poco exagerado tu comentario jiji^^ pero la verdad es que una sonrisa que otra si que saca.
    a ver si termino con los exámenes y me leo alguna entrada tuya que promete ser interesante:)
    saludos:D

    ResponderEliminar
  5. Seguro que si eres afortunado Iker ^^ Me alegra que te haya gustado ''Perla Blanca''.
    Espero encontrar un momento y ponerme al día con tus relatos. Ahora mismo he leído el principio de esta II parte y me es realmente interesante de leer, no lo he terminado porque estoy haciendo otras cosas y antes de leer la segunda parte debo pasar a la primera. Prometo encontrar ese momento. Un abrazo

    ResponderEliminar
  6. Gracias a todos por pasaros!!
    Este fin de semana colgare un Megapost con todos los enlaces de los primeros episodios y uno mas de regalo para que podáis poneros al día. Un abrazo

    ResponderEliminar